Madeleine y la ministra alemana

La ministra alemana que ha dado alas al golpismo catalán es heredera del sectarismo ideológico izquierdista del siglo

Edurne Uriarte

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Dudo que Madeleine Albright, antigua secretaria de Estado con Bill Clinton, conozca personalmente a Katarina Barley, la ministra socialista alemana tan encantada de cuestionar al Tribunal Supremo español. Pero ambas comparten esencias ideológicas y ambas representan, una para el siglo XX y otra para el XXI, ese sectarismo ideológico de la izquierda occidental que condena el fascismo y ve peligros fascistas por todas partes, pero es incapaz de reconocer las dictaduras comunistas. Mientras Barley ponía en cuestión las instituciones españolas y daba alas al golpismo catalán la pasada semana, Albright publicaba un revelador, e indignante, artículo al otro lado del Atlántico («Will We Stop Trump Before It’s Too Late?», The New York Times, 6 de abril, 2018).

Madeleine Albright, nacida Marie Jana Korbelova en Praga en 1937, tuvo que huir de Checoslovaquia con su familia cuando los soviéticos tomaron el control del país, y, sin embargo, si escribe sobre peligros dictatoriales, sólo conoce la palabra fascismo. Ni su propia vida y su pasado le hacen pronunciar la palabra comunismo. Es incapaz. Tampoco la China actual, o Corea del Norte, una de las dictaduras más sanguinarias del mundo, comunista que no fascista, y que Albright sólo cita para echar la culpa a Trump, asombroso, de las amenazas del dictador comunista. Dice ella que América ha abdicado del liderazgo moral con Trump, me temo que porque atribuye tal liderazgo moral a Obama, sobre todo cuando exigió el fin del embargo a Cuba y abrazó efusivamente a los dictadores comunistas que no fascistas. O cuando llegó a un acuerdo con los dictadores iraníes, fundamentalistas y no fascistas.

Y Albright no es una anécdota, es un símbolo de un siglo XX que continúa en el XXI prolongado por ella misma y por las herederas ideológicas como Barley. Ese siglo XX que ha construido una memoria de rechazo absoluto al fascismo, y, sin embargo, de simpatías, comprensión y apoyo al comunismo. De ahí que el distrito parlamentario de la ministra alemana, Tréveris, contaba Rosalía Sánchez en este periódico desde Berlín, esté celebrando por todo lo alto el centenario del inspirador ideológico del comunismo, Karl Marx. Sin que la ministra mueva un dedo, más bien estará en las celebraciones. Este es el problema de fondo que explica las sospechas de la ministra sobre la democracia española y su comprensión hacia el golpista. Es la memoria del fascismo y de la dictadura franquista, la idea de que España, como dicen los independentistas, tiene elementos fascistas. «España es un Estado fascista», escribió el directivo catalán de la multinacional holandesa de los cafés y sus jefes se quedaron tan felices. Y Barley incluso ha escrito un doctorado, pero tiene la misma idea sobre España, del nivel intelectual e ideológico de los holandeses, o de Albright sobre el mundo.

Y esto explica nuestros problemas de imagen exterior. Y no los arregla un Gobierno, ni éste ni ninguno, como he debatido con bastantes colegas. Se trata del sectarismo ideológico que ha definido el siglo XX. El que explica igualmente lo del alcalde de Bayona, Jean-René Etchegaray, de un partido centrista y perfecto conocedor de ETA, y con Otegi el domingo en la inauguración de un monumento proetarra. Francia tuvo toda la información del mundo en sus manos, pero acogió a los etarras durante décadas y ahora hasta les hacen monumentos. Porque siguió pensando que la culpa era de Franco. Cuarenta años después, ahí siguen, como la ministra alemana, como Albright.

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