Juego de sombras

Guerra entre los aparatchiki del partido (Cospedal) y los aparatchiki del Estado (Sáenz de Santamaría)

Gabriel Albiac

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Pasaron tres semanas desde el derrocamiento de Rajoy. Y todo ha sido enigmático desde entonces. Como si la operación en juego buscase ajustarse a la fórmula de Gabriel Naudé: «Rayo que fulmina antes de que el trueno pueda ser escuchado». Naudé llama a eso, en el siglo XVII, un «golpe de Estado».

¿Qué pasó en esas horas que transcurren entre la intervención de un presidente del Gobierno, eufórico por haber despedazado al jefe de la oposición, y el momento en que decide encerrarse junto a sus más fieles para pergeñar su derrota? Sabemos algunas cosas con certeza: la primera, que el PNV había notificado ya su decisión de tumbar al presidente. De otras, sólo tenemos rumores. Alarmantes. Tanto más cuanto que verosímiles. Según esos rumores, los nacionalistas vascos habían ofrecido salvar a un gobierno del PP que no presidiese Rajoy. Su dimisión así aminoraría considerablemente los costes políticos, al permitir al PP controlar desde el gobierno la convocatoria de elecciones. La oferta era humillante para Mariano Rajoy, pero óptima para que el Partido Popular pudiera recomponer sus fuerzas electorales de un modo ordenado.

¿Qué fue lo que llevó al presidente a rechazar esa hipótesis? En lo personal, no es difícil entenderlo: su salida del Gobierno cobraría un tinte degradante extremo. Al hombre que había logrado sacar a España de su mayor ruina del último cuarto de siglo, tal propuesta tuvo, por fuerza, que parecerle un insulto. Lo era. Pero, ¿puede un político tomar decisiones en función de sus preferencias personales? Un político llega al gobierno ya llorado. Y no puede esperar que le agradezcan los servicios prestados. A Churchill no debió hacerle maldita la gracia que sus compatriotas lo echaran al día siguiente de ganar la guerra más dura de la historia. Pero así son las reglas del juego.

De todas las respuestas posibles, la de Rajoy fue ese día la más errada. La tesis, que algunos le atribuyen, de que tal decisión facilitaría el retorno de su partido en la siguiente convocatoria no tiene ni pies ni cabeza. No hay político profesional -y Rajoy es mucho ambas cosas- que ignore el axioma de Giulio Andreotti: «Sí, el poder desgasta… A los que no lo tienen». Salido de esa inmensa máquina de control que es el Estado, al PP se le avecinaban días de guerra civil despiadada. Éstos de ahora. No hay organización política que sobreviva indemne a eso.

Ahora es el tiempo de esa guerra para el PP. Guerra entre los aparatchiki del partido (Cospedal) y los aparatchiki del Estado (Sáenz de Santamaría). Mate quien mate a quien, el partido necesitará años para recomponerse. Si es que lo logra. Lo menos malo sería que, en el ínterin, Ciudadanos lograra gestionar la clientela a la que dejan huérfana los populares. Y en el caso peor, el horizonte del terremoto que se llevó por delante a la UCD de Suárez parece anunciarse.

Eso hay. Eso hubiera podido evitarse en la tarde del 31 de mayo. Alguien sabrá por qué no se hizo. Yo aquí no puedo más que constatarlo.

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