Editorial

Huerta, el ministro fugaz

Arranca mal el Ejecutivo socialista porque gobernar desde la superficialidad y la simple imagen no es lo que necesita España

Màxim Huerta, ex ministro de Cultura y Deporte ABC

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Cinco días en el cargo es exactamente lo que ha durado Màxim Huerta como ministro de Cultura y Deporte. Ayer se conoció que utilizó una sociedad mientras era profesional de la televisión, con la que defraudó a Hacienda 218.322 euros entre 2006 y 2008 , y tras sumar la multa hubo de abonar un total de 365.938 euros. Dos resoluciones judiciales así lo atestiguaron en su momento con duras acusaciones contra él. «La buena fe o inexistencia de culpa presumida por la ley queda destruida por la prueba de que ha actuado, cuando menos, negligentemente», sostenía uno de los fallos. Incluso, utilizó una vivienda propia en la playa para rebajar irregularmente su factura fiscal en esos ejercicios. Sánchez no tenía ninguna razón para mantenerle en el cargo porque la hemeroteca es implacable y ha reaccionado con rapidez. Ya en 2015, dijo que « si alguien tiene una sociedad para pagar la mitad de impuestos, está fuera ». Pese a los iniciales intentos de Moncloa por salvar la imagen de Huerta, su salida del Gobierno era inexorable. No consta que informase a Sánchez de sus antecedentes antes de ser nombrado y, por tanto, la primera crisis grave en el gabinete socialista está basada en la deslealtad de haber ocultado la verdad. De hecho, muchos de los antiguos mensajes de Huerta en redes sociales, y su jactancia respecto a que «ya no se lleva estar al día con Hacienda», resultaban tan demoledores que era inevitable su salida. La despedida fue lamentable , con un cinismo insuperable (por qué dimite si se dice inocente) y una colección de insultos impropias de su situación y el cargo que ocupaba.

En el caso de Huerta, no es cuestionable que esté al corriente con Hacienda. Lo cuestionable es que se hubiese mantenido en el cargo avalado por un presidente que predica un tipo de ejemplaridad pública y ejerce otro. Hubo un ministro del PP que, sin haber cometido ilegalidad alguna, tuvo que dimitir por ocultar toda la verdad a la opinión pública y a su propio presidente. Huerta tiene razón en una cosa: esas sentencias pertenecen al «ámbito privado» de su anterior vida. Y pagó. Bien hecho estuvo. Pero al asumir un cargo público, se asume un plus de servicio al ciudadano y de coherencia que se compadece muy mal con todos los mensajes de limpieza, transparencia y regeneración con que pontifica la izquierda . Basar la política en meros gestos, en efectismo vacío de contenido, acarrea estas consecuencias. Huerta presumió de aborrecer el deporte y su experiencia política y de gestión es nula. Pero Sánchez lo nombró ministro para dar un golpe de efecto que ha resultado un fiasco. Por eso es el responsable. Arranca mal el Ejecutivo socialista porque gobernar desde la superficialidad y la simple imagen no es lo que necesita España . «No me gusta que dimitan, me gusta que los destituyan. Dimitir implica dignidad», decía textualmente Huerta en 2014. Hoy es víctima de sí mismo.

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