Hacienda

Como decía Franklin, la muerte y los impuestos nunca fallan

Luis Ventoso

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SI todavía hoy la hermosísima costa de Nápoles es tierra de magras oportunidades, a finales del XIX, antes del alivio del turismo, las privaciones debían ser terribles. Así que Gabriele, barbero, y Teresa, costurera, emigraron pitando para poder dar sustento a sus nueve hijos. Navegaron hacinados a Estados Unidos y se instalaron en el barrio neoyorquino de Brooklyn. Nada se sabría hoy de ellos de no ser por su hijo Alfonso Gabriel. Al principio el chaval destacó en la escuela católica del barrio por su mente despejada. Esa fase alentadora duró un suspiro. A los catorce lo expulsaron por pegar a una profesora y poco después se enredó en la tangana que le valió su alias, «Scarface» (ofendió a un siciliano rudo, que se lo llevó a un callejón y le selló la cara con una navaja).

Alfonsito era grandullón y gordito, con una mirada fosca y aguda, donde crepitaban la pasión y la furia. Un mafioso local, Johnny Torrio , lo enroló como pequeño matón por 75 dólares semanales. Amén de su soltura con la navaja y la pistola, Al destacó por sus dotes para la logística del contrabando y el asesinato. Torrio se mudó a Chicago para expandir su red y reclamó a Al, que llegó allí con 20 años. A los 33, Capone ya estará acabado, pero en solo una década de reinado se convirtió en el gánster más popular de la historia. Tras suceder a Torrio, que optó por prejubilarse tras recibir una salutación de cinco tiros, Copone llevará a la mafia a una truculencia desconocida. Se le atribuyen 33 muertes directas y hasta 300 asociadas a las venganzas cruzadas que desató. Firmó dos hitos de brutalidad: la matanza de San Valentín de 1929, cuando sus sicarios disfrazados de policías ametrallaron en un garaje a ocho matones enemigos; y el espanto de ver al propio Al empuñando el bate de béisbol en un convite para machacar a dos «traidores» que habían conspirado contra él.

Capone fue el rey del crimen durante la Ley Seca. Sus tentáculos abrazaban la Costa Este, Florida, Bahamas y la frontera canadiense. No había manera de trincarlo, por su astucia, por sus sobornos y porque algún fiscal acabó baleado. El lazo se lo echó la inteligencia de una mujer, Mabel Walker Willebrandt , la ayudante del fiscal general, quien reparó en que era posible enjuiciarlo vía Hacienda, pues una sentencia de 1927 había establecido que los ingresos ilegales también debían tributar. A Capone le cayeron once años de cárcel, haciendo buena la máxima de Benjamin Franklin de que solo existen dos cosas ciertas, la muerte y los impuestos. Capone ingresó en la cárcel de Atlanta hecho un cromo: sífilis, gonorrea y 110 kilos. Luego lo trasladaron a «The Rock», el inhumano penal de Alcatraz. Allí loqueó, con las venéreas devorándole el seso. Salió libre en noviembre de 1939, sin movilidad ni apenas mente. Murió en su cama en 1947, tras una apoplejía y un infarto, rodeado de su familia y en su linda mansión de Palm Avenue (Florida). Tenía 48 años.

(P. D.: ayer se supo que finalmente el expresidente prófugo podría ser inhabilitado por no cumplir con Hacienda, pero da infinita pereza escribir de Puigdemont , que anoche todavía nos aburría con su penúltimo insulto, proponer como «solución» a otro cofrade de la secta).

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