Isabel San Sebastián

Hacerse un Esperanza Aguirre

Isabel San Sebastián
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La candidata del PP al Ayuntamiento de Madrid ganó las elecciones municipales con un 34 por ciento de los votos y veintiún concejales. Sumados a los siete logrados por Ciudadanos, se quedó a uno solo de la mayoría absoluta. A los pocos días ofreció la alcaldía al socialista Antonio Miguel Carmona, que había obtenido nueve ediles y un 15 por ciento de los sufragios, a cambio de pactar unas líneas de gobierno aceptables para ambos grupos. Incluso se brindó a retirarse de la escena si con ello Carmona aceptaba su propuesta en lugar de investir a la representante de Podemos y actual alcaldesa, Manuela Carmena. El PSOE (no Carmona) rechazó el ofrecimiento y encumbró a la podemita, perdiendo en ese mismo instante cualquier influencia en el consistorio.

Siete meses más tarde las siglas del puño y la rosa quedaban relegadas a la cuarta posición en las generales, siendo Pedro Sánchez el candidato. Las de la gaviota salían victoriosas.

Mariano Rajoy ganó esas elecciones con un 28 por ciento de los votos y 123 diputados que, unidos a los cuarenta de Ciudadanos, distan trece de la mayoría absoluta. Pedro Sánchez dispone de noventa y un 22 por ciento del respaldo popular. Ocupa la segunda posición, nada menos que a 33 escaños del primero, pero con una ventaja sobre este en absoluto despreciable. El socialista tiene aliados potenciales de los que el popular carece. Puede fraguar un pacto de perdedores que le lleve hasta La Moncloa a lomos del radicalismo populista e independentista. Un pacto suicida a medio plazo, desde luego, pero que le salva el trance y aplaza a un mañana incierto una muerte hoy por hoy segura. Un pacto letal para España que únicamente Rajoy está en disposición de evitar, sacrificando su cabeza y cediendo la Presidencia a un candidato de consenso.

Sólo Rajoy puede evitar un pacto letal para España, sacrificando su cabeza

Esperar que los «barones» impidan a Sánchez negociar un acuerdo para alcanzar el poder es confiar en un milagro imposible. Las negociaciones conducentes al frente popular ya han empezado y no se detendrán porque se alarguen los tiempos de la investidura. El PSOE, no sólo su secretario general, está atrapado en una tenaza que le aplastará en cualquier caso, tesitura que habitualmente lleva a actuar a la desesperada. Si deja que gobierne Rajoy por acción u omisión, Podemos y sus propias bases le pasarán una factura impagable. Si fuerza nuevas elecciones, Iglesias le culpará de haber rechazado su oferta y sabrá rentabilizar ese «no» en las urnas. Su única vía de salvación, por muy cortoplacista, temeraria, egoísta o antipatriótica que sea, es hacerse con el Gobierno. Y lo hará, que nadie lo dude, sea de la mano de Podemos y los separatistas, sea de la del PP y Ciudadanos.

Mariano Rajoy no va a ser el próximo presidente del Ejecutivo, y lo sabe. O debería saberlo, si los corifeos que tiene a su alrededor le dijeran la verdad en lugar de halagar sus oídos con tal de seguir gozando de sus cargos y prebendas. Algunas gentes razonables, preocupadas por el futuro de España, están tratando de muñir un acuerdo de gran coalición que relegue a un segundo plano los nombres y también las siglas en beneficio del proyecto. Un acuerdo de principios, basado en la defensa de cuestiones tan irrenunciables como la unidad de la Nación, la soberanía del pueblo, la economía de mercado o el respeto escrupuloso a la legalidad constitucional. Lo de menos, como ha subrayado Albert Rivera, es quién encabece ese Gobierno. Lo de más es que garantice la prevalencia del interés general sobre el cálculo partidista. Es mucho lo que nos va a todos en ese envite, porque el escenario de un país rehén de un frente extremista sujeto al chantaje del separatismo resulta no ya inquietante, sino aterrador.

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