Un Gobierno con misión

Sánchez se hace con el Gobierno disfrazado un poco de Zapatero, un poco de Suárez y otro poco de Trudeau

Hughes .

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El Gobierno de Sánchez ha despertado una euforia casi unánime en los medios . Ha sido saludado por algunos como la entrada en el siglo XXI. Nada de crucifijos, sino ciencia, astronautas en lugar de tecnócratas, hombres con marido, ministros con sensibilidad y más ministras que en ningún lugar del mundo. Un Gobierno más socialdemócrata que los nórdicos y más europeísta que los alemanes. La gente (o más bien el periodismo) se «siente» representada, que no tiene nada que ver con ser representado. Una sensación de frescura les invade sin que haya cambiado nada sustancial.

Sánchez se hace con el Gobierno disfrazado un poco de Zapatero, un poco de Suárez y otro poco de Trudeau, y al hacerlo le quita el sitio a Ciudadanos. El espacio social-liberal-progresista lo ocupa casi por completo y tiene dos años para ocuparlo de modo absoluto. El pensamiento único será un rodillo en manos del PSOE.

Otro efecto del Gobierno ha sido rehabilitar ciertas palabras. En sus tomas de posesión, a Borrell y a Robles se les llenó la boca con España. Ya se puede decir España sin parecer «facha».

La genialidad de Sánchez y sus asesores integra varias familias, incluso una bocanada de nueva política, limpiando la cara temporalmente al sistema del 78 más que al bipartidismo. El Gobierno ha sido aplaudido por algunos poderes fácticos. Pulgar arriba. Es tranquilizador y a la vez renueva el encandilamiento progresista con el señuelo del 8-M como nueva patada a seguir.

Pero el PSOE está dentro, es decir, sus contradicciones irresolubles, que son las del país (llega al poder sin haberlas resuelto). Ayer recordaba Rosa Díez que Meritxell Batet votó hace años a favor del derecho a decidir. De modo más preciso: se separó de la disciplina de voto del PSOE en una moción de CiU y luego en otra de la propia Díez. Defendía el PSC una consulta legal y pactada. Recientemente, Batet ha negado la utilidad de ese instrumento, pero desliza un nuevo consenso de corte federal. Un consenso se parece a una conspiración. El Gobierno de Sánchez no ha sido votado, no defiende un programa, pero tiene más de una misión. Su objetivo será ganar las elecciones y satisfacer a quienes dentro y fuera del Congreso le han colocado en esa posición.

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