Editorial ABC

Gana Bildu, gana ETA

Con sus cientos de asesinatos, ETA no ganó al Estado la independencia del País Vasco, pero ha conseguido asentarse en la vida diaria de la sociedad a la que amedrentó

ABC

Para entender en qué consiste la «normalización» en el País Vasco baste con saber que EH Bildu presidirá la Comisión de Derechos Humanos en las Juntas Generales de Guipúzcoa con apoyo de todos los grupos que las forman. Al lavado de memoria sobre el pasado de ETA se une así el escarnio a sus víctimas, más aún porque ha coincidido el acceso de los proetarras a ese cargo con el aniversario del secuestro y asesinato del concejal del Partido Popular Miguel Ángel Blanco. Esta confluencia de acontecimientos tan antagónicos, política y moralmente, retrata el nivel de amnesia y deshumanización que hace falta en la sociedad vasca para dar por buena la presidencia de una comisión de derechos humanos a cargo de un partido que no ha condenado la violencia practicada por ETA y cuyos dirigentes siguen justificando, entre equilibrios retóricos, lo que llaman «lucha armada». Para estas situaciones no hay previstas esas «consecuencias» que el ministro en funciones Grande-Marlaska sólo reserva para Ciudadanos y Partido Popular por pactar con Vox. Al contrario, semejante infamia es aplaudida como un ejemplo de «reconciliación» en la sociedad vasca, como lo fue en su día la designación de Josu Ternera para la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco, en 2000. De poco sirvió, porque ETA siguió matando y Ternera huyó de la Justicia. Tampoco servirá ahora la presidencia de Bildu en la Comisión de la Junta guipuzcoana nada más que para aumentar el sentimiento de agravio de las víctimas de ETA, que ven que a la derrota policial y judicial de los terroristas está siguiendo una victoria social y política, lenta, pero inexorable, de los herederos de sus verdugos.

Ningún partido que excuse la violación presidiría una Comisión por la Igualdad, ni uno que defendiera la pederastia, una Comisión de la Infancia. Pero en España, un partido que prolonga políticamente el legado de ETA y reclama la legitimad de su actividad terrorista sí puede presidir un órgano supuestamente destinado velar por los derechos humanos y la «cultura democrática». Así no es posible colocar a ETA en el lugar que le corresponde en la historia negra del propio País Vasco; y es la sociedad vasca la que debe asumir que si su silencio mayoritario en el pasado fue cómplice de los terroristas, ahora también es cómplice su ilimitada capacidad para ocultar a casi novecientas víctimas mortales, miles de heridos y de familias destrozadas y traumatizadas, y decenas de miles de exiliados, que dejaron de votar en las urnas vascas. ETA no ganó al Estado la independencia del País Vasco, pero ha conseguido asentarse en la vida diaria de una sociedad inexplicable.

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