Luis Ventoso

Gallina blanca

En resumen: bla, bla, bla, pero no se ha atrevido

Luis Ventoso

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Mientras en la redacción del periódico debatíamos anoche intentando descifrar el enrevesado Pensamiento Puigdemont –suponiendo que los términos pensamiento y Puigdemont no supongan un oxímoron–, me pitó el móvil en el bolsillo. Era un mensaje de mi buen amigo Genín, arquitecto y vecino de la Noia coruñesa, que me resumía con un «guasap» muy simple la esperadísima alocución en el Parlament del gran libertador de la nación catalana: cinco emoticonos de gallinitas blancas . A veces el gracejo popular sintetiza mejor los hechos que los alambicados análisis politológicos y tertulianescos.

Puigdemont y su flequillo iban a declarar la independencia. El planeta asistiría al parto de la nueva República. Pero al final Moisés se amilanó. Vino a decir que la tierra prometida queda para otro martes , para inmensa decepción de su parroquia, con los hooligans de la CUP tachándolo al instante de «traidor». A las puertas del Parlament, manifestantes separatistas perplejos, algunos llorosos, acreditaban la gran envainada con la evidencia de sus rostros demudados. Puigdemont hizo malabares semánticos. Pero lo único cierto es que cuando los historiadores del futuro estudien qué ocurrió el 10 de octubre de 2017 en Cataluña no escribirán que ese día la Generalitat insurrecta declaró la independencia, sino que se produjo una suerte de astracanada berlanguiana, al percibir los insurrectos que estaban perdiendo su batalla en todos los frentes.

¿Por qué no se atrevieron finalmente Junqueras y Puigdemont a declarar la independencia? Al margen de que a nadie le gusta probar el rancho del trullo y de que no hay país en el mundo que los apoye, la clave es que en los últimos días la realidad los ha vapuleado. Han recibido tres collejas de impresión. La primera fue toparse con un jefe de Estado en su sitio, Felipe VI , que sin zarandajas buenistas les dejó clarísimo que España defenderá con toda firmeza la legalidad constitucional. El segundo rejonazo llegó con la manifestación del domingo: una riada de más de 300.000 personas por las calles de Barcelona reivindicando la razón y la concordia con banderas españolas y senyeras. ¡Oh asombro de Puidgemones!: ¡España existía en Cataluña! El tercer bofetón de realidad, el que más escuece y más ha pesado en su acobardamiento, es la fuga en masa de las grandes empresas catalanas, incluido su poder financiero y su primer grupo editorial, que anoche puso pies en polvorosa. Si hace solo diez días nos hubiesen dicho que La Caixa iba a abandonar Cataluña no lo habríamos creído. El pueblo catalán es desde siempre maestro en los negocios y amante destacado de la pela. Percibir que la chulería separatista iba a acabar en miseria galopante ha devuelto a mucha gente a pagos más cuerdos.

La guerra no ha terminado y Rajoy debería atajar de una vez un golpe de Estado que va tomando ya formas de culebrón bananero. Pero por ahora está haciendo buena la máxima del viejo Helenio Herrera: va ganando el partido sin siquiera bajar del autobús.

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