Jesús Lillo

Fiesta, orgullo y prejuicio

El patrimonio cultural de nuestra nación no solo descansa sobre las piedras y los lienzos catalogados por la Unesco, sino que se sirve a granel en vasos de plástico y con cubitos de hielo

Jesús Lillo

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Ni los miles visitantes que acuden a Pamplona estos días van precisamente a rezarle a San Fermín -no hay más que verlos, con el misal en la mano-, ni los turistas que, también por miles, recalan este fin de semana en el centro de Madrid lo hacen para manifestarse por los derechos y la visibilidad de una minoría transexual. El proceso de desacralización de las fiestas de origen religioso tiene su réplica -aún más acelerada, a la velocidad de una carrera de tacones por la calle de Pelayo- en todas esas manifestaciones de carácter político o social que, como el Orgullo, empiezan y terminan pasadas de rosca y como el rosario de la aurora. No queda otra que asumirlo y rentabilizarlo, en busca de ese recurrente y socorrido impacto económico que, como clave de bóveda de la economía colaborativa y callejera, legitima a estas alturas cualquier salida de tono, de uniforme blanco y rojo o en pelota picada. España es una fiesta y nuestro negocio abre de madrugada.

El patrimonio cultural de nuestra nación no solo descansa sobre las piedras y los lienzos catalogados por la Unesco, sino que se sirve a granel en vasos de plástico y con cubitos de hielo. Hasta arriba. La fiesta, sinónimo de descanso, aquí es trabajo, devoción y obligación, y el mismo sinsentido representa protestar por los encierros y las corridas de San Fermín que por el plumaje del Orgullo madrileño. Cada fauna en su ecosistema y Dios en el de todos. Tolerancia y cancaneo. Quienes rezan estos días en Pamplona son una minoría equivalente a la que ayer se tomó en serio la marcha del paseo del Prado. Un respeto. Mientras queden toros en Pamplona y el mundillo de la revista y la tonadilla, tan español, personalice la verbena del barrio de Chueca, seguirá viva una fiesta que con distinta raíz y desigual floración nos distingue en un mundo que incluso ha globalizado y estandarizado sus celebraciones, hasta desnaturalizarlas. Por lo que nos va en ello, hay que tomarse muy en serio la fiesta. Tenemos barra libre y tarea.

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