De especulaciones y otros pasatiempos

Huele a fin de ciclo pero Rajoy no convertirá su sucesión en un circo. Cuando dices que ve vas ya te has ido

Ignacio Camacho

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La forma más eficaz de atornillar en el cargo a Rajoy consiste en especular sobre su despedida. Sin embargo el Madrid del poder, el de la industria de la conspiración, lleva semanas dedicado a ello, quizá como pasatiempo para entretener una legislatura yerma en la que el Gobierno no puede gobernar y la oposición no tiene alternativa. Una cosa es segura: cualquiera que sea su plan, lo tenga o no pensado, el presidente no se irá ni porque ni cuando se lo pidan. De todas las resoluciones que está a su alcance adoptar, ésa es la que pertenece a su esfera más hermética, intransferible e íntima. Y ningún hombre acostumbrado al poder renuncia a esa franquicia.

Es cierto que huele a fin de ciclo. Pero precisamente por eso, porque el Gabinete está colapsado y el PP en flagrante estado de desorientación y zozobra, Rajoy no va a abrir ahora el debate del posmarianismo. Vivió en carne propia el famoso «hipódromo» de la sucesión de Aznar y sabe el daño que aquel conciliábulo de apuestas le hizo al partido. Aunque en algún momento tendrá que tomar, si no lo ha hecho ya, una decisión sobre sí mismo, no está dispuesto a que el proceso de un probable relevo se convierta en un circo. En política, como en el resto de la vida, cuando dices que te vas ya te has ido.

Lo que sugiere la lógica es que éste sea, si logra extenderlo hasta finales de 2019, su último mandato. Eso supone, contando con la larga etapa en funciones, un total de ocho años, el período estándar de un liderazgo. Cosa distinta podría suceder si se viese en la necesidad de acortarlo, asfixiado por la falta de acuerdos presupuestarios. Nadie está en condiciones de adivinar qué ocurriría en ese caso. Por un lado, ante unas elecciones anticipadas y sin tiempo para remontar unas circunstancias claramente adversas, el presidente sentiría sin duda la tentación de posponer el recambio, incluso para asumir en persona el presentido fracaso. Y en sentido contrario, las malas perspectivas y el desgaste acumulado estimularían en el electorado clásico del PP la reclamación de un nuevo candidato.

Sea como fuere, el presidente tendrá que asumir en el plano partidista un legado antipático: la fractura del centro-derecha, la partición electoral de la casa común del voto moderado. Eso ya es un hecho al margen de cuál sea la verdadera proyección del actual auge de Ciudadanos. El conflicto de Cataluña ha provocado un corrimiento de tierras del que el Gobierno ha salido lisiado. Entre sus sectores de apoyo se ha producido una quiebra de confianza, un malestar palmario, y ahora existe en su mismo espectro ideológico una fuerza pujante en disposición de aprovechar ese desencanto. La clave del futuro marianista reside en las opciones que Rajoy crea tener para revertir siquiera en parte el previsible descalabro. Y la única certeza es que nadie logrará que anuncie su conclusión por adelantado.

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