España y la poltrona

Un relato lineal de lo que está haciendo Sánchez

Luis Ventoso

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Los señuelos con que nos distrae Sánchez, como la folclorada revanchista de sacar a Franco de una tumba donde llevaba olvidado 42 años, hacen que se camufle el relato lineal de lo que está sucediendo, muy grave para España, sobre todo si este presidente no elegido por los ciudadanos continúa ocupando el poder. En octubre de 2017, Rajoy logró parar un golpe de Estado para desgajar a Cataluña de España. Era un ataque bien organizado, preparado desde el poder catalán por aquellos que constitucionalmente eran los máximos representantes del Estado en Cataluña. Rajoy actuó demasiado tarde, pues sobraban motivos para haber aplicado el 155 ya en septiembre. ¿Qué lo frenó? Además de su prudencia natural, las reticencias iniciales de Ciudadanos, y sobre todo del PSOE, partido que desde Zapatero ha caído en el filonacionalismo. Rajoy esperó a Sánchez; incluso aceptó su 155 liviano.

Tras el fracaso del PSC en las autonómicas catalanas y el triunfo de Ciudadanos, el partido de Rivera se disparó en las encuestas merced a su nítido españolismo. Sánchez, tocado en los sondeos, se da cuenta entonces de que no le queda otra que sumarse a la ola en favor de la unidad de España. Así que gira e imposta ser el hombre de Estado que sustentará al PP frente a los nacionalistas. Con una ingenuidad de pipiolo, impropia de su veteranía, Rajoy cree haber hallado en Sánchez un leal apoyo, y además calcula que aliándose con él podrá hacerle el vacío a Ciudadanos, que le quita el sueño electoralmente.

El 15 de mayo, Sánchez visita a Rajoy en la Moncloa en medio de una notoria cordialidad y complicidad. PP y PSOE emiten un comunicado conjunto recalcando su alianza contra los separatistas. Sánchez declara que rechaza «por completo» el «ideario xenófobo de Torra» y promete mantenerse vigilante y fiel a la legalidad constitucional. Solo diez días después, con una espectacular estocada maquiavélica urdida bajo cuerda con los nacionalistas, Sánchez traiciona a Rajoy y le presenta una moción sustentada por los comunistas de Podemos y los partidos de Torra y Junqueras, amén de por Bildu y PNV. A partir de ahí, Sánchez necesita empezar a hacer gestos hacia sus socios separatistas que lo sostienen en la Moncloa. Con una indignidad lacerante, culpa del golpe catalán a Rajoy y toma las siguientes decisiones: devuelve a Torra la capacidad de gasto y tolera que sus primeras medidas sean reforzar TV3 y reabrir las «embajadas»; anuncia una reunión sin condiciones previas con aquel al que días antes llamaba «xenófobo»; decide acercar a Cataluña a los presos golpistas, sin haber recibido nada a cambio; lanza globos sonda para una reforma constitucional que debilite al Estado y, de manera cruel con las víctimas, premia con ventajas penitenciarias a asesinos etarras, algunos tan salvajes como el de Hipercor. Por último, calla ante los crudos desprecios de Torra a la Corona.

Pero ha calculado mal. Nada contentará a sus socios, salvo la independencia. Ha llegado al poder a lomos de un dragón y no pasarán seis meses sin que su fuego lo chamusque.

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