El entorno

Como español que ni siquiera profesa el credo monárquico digo que la existencia de este Rey me tranquiliza

David Gistau

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El discurso de FB6 el pasado 3 de octubre supuso el momento fundacional de su reinado y la circunstancia en que los españoles descubrieron que, incluso en el desmoronamiento de tantas cosas, al menos había rey. Esto lo supimos lo mismo por aquellos a los que gustó que por aquellos a los que enojó. En cualquier caso, después de la sucesión en una atmósfera volátil y del esfuerzo por superar desgastes relacionados con el titular anterior, la Corona había encontrado una posición propia, demostrando por añadidura que se tomaba en serio tanto a sí misma como el papel adjudicado, que tampoco deja tanto margen de maniobra y de hecho amenaza siempre con reducir la institución a roles secundarios y ornamentales tales como inaugurar cadenas de montaje, brindar o presidir desfiles. Por encima de la grillera, de lo charlatanes redentores, de los cleptócratas, de los conspiradores, apareció un tipo al que creerse una vez examinado por un tiempo, el suyo y el de su generación, que hace años nadie habría augurado tan complejo y arrasado como resultó ser.

Sorprende cómo acontecimientos de esa dimensión política pueden arruinarse por culpa de un episodio frívolo y por tanto menor. La parodia es a menudo más disolvente que cualquier expresión política, sobre todo cuando los personajes eligen exponerse a ella voluntariamente como si hubieran decidido cometer un suicidio profesional. Pese a la voluntad de FB6 de honrar su destino, su lugar en la contemporaneidad y su país, la Corona es hoy una telecomedia chusca de suegra y nuera que se odian, de fotografías que se impiden mediante interposición, de rencores que afloran, de menudeo cotilla tan prolijo que han sido contratados lectores de labios para que no nos perdamos un solo detalle de este divertimento, de este espectáculo involuntario ante el cual no puede sorprender la estupefacción del Rey: «¿Para esto me esfuerzo yo?», cabe imaginarlo pensando, ¿para que se lo estropeen todo en un arrebato guiñolesco de parientes mal avenidos?

Como ciudadano español que ni siquiera profesa el credo monárquico digo que la existencia de este Rey me tranquiliza y me concede un sentido de pertenencia con el que compensar las desidias y las agresiones de esta era en la que escribir es tocar la lira ante el incendio. Y digo también que por ello me enfada aún más que a esta figura la sabotee su propia gente con «shows» autolesivos en los que encuentran una brecha de abrasión aquellos que se la tenían jurada a FB6 desde el 3 de octubre –desde su nacimiento, en realidad– pero que hasta ahora no habían encontrado un cauce político por el que dañarlo. Que la monarquía esté hoy menos afianzada que hace una semana y que ello haya ocurrido por un papelón de nuera y suegra con nieta en medio es otra cosa que debería agregar a los apuntes de la novela satírica de mi tiempo español que, por pereza, jamás escribiré. Al Rey lo lastra eso que desde Maradona conocemos como «el entorno».

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