Edurne Uriarte - Cosas mías

Un diálogo poco recomendable

Los mismos que defenestran a Peña Nieto por sentarse a hablar con Trump llaman «fuerzas del cambio» a Iglesias y a Rufián

Edurne Uriarte
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A pesar de mis muchos años de estudio de las ideologías y, en particular, de la izquierda, confieso mi sorpresa ante la destemplada manera en que los representantes del progresismo han aireado sus contradicciones tras el encuentro, la semana pasada, entre el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, y el candidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump. Quienes desde hace muchos años claman por el diálogo con todo tipo de extremistas y terroristas, de izquierdas, se entiende, están indignados porque Peña Nieto haya puesto en práctica lo que ellos recomiendan hacer con todos los malvados de izquierdas de este mundo, dialogar. El renombrado cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu hasta ha acusado de «traición» a Peña Nieto por «avalar» a quien «ha insultado, escupido y amenazado» a los mexicanos y le ha dicho que ya no le representa más.

Tan furibunda reacción ha sido aplaudida por los progresistas de todo el orbe, satisfechos con esta apasionada defensa de sus principios frente a Donald Trump. ¿Dialogar con Trump? Jamás, han concluido sin fisuras los progresistas.

No creo equivocarme mucho, diría que nada, si atribuyo a una buena parte de los anteriores, a la inmensa mayoría, un encendido aplauso, sin embargo, al diálogo del Gobierno colombiano con los terroristas de las FARC. Es un ejemplo, lo recuerdo por su actualidad, aunque me referiré a él en un artículo posterior dadas las enormes consecuencias para la lucha antiterrorista del acuerdo colombiano con las FARC. Antes aplaudieron, incluso con las orejas, el diálogo con los terroristas de ETA. Y, por supuesto, no paran de dialogar y de acordar con los extremistas del otro lado de Trump, los Podemos y compañía.

Comparto la valoración de que la invitación de Peña Nieto a Trump ha sido un error, también escribí en estas mismas que optaría por el voto útil por Hillary Clinton para evitar el triunfo de Trump, si fuera estadounidense, y, sin embargo, me llama poderosamente la atención que las mismas personas que apoyan el acuerdo con terroristas rechacen de plano no ya el acuerdo, sino el simple diálogo con Trump. Y también me alegro, porque de una manera contradictoria sostienen la idea de que hay diálogos poco recomendables, cuestionables o rechazables en democracia.

E incluso tengo la lejana esperanza de que llegue el día en que todos estos detractores del encuentro de Peña Nieto con Trump entiendan que, si ese encuentro es inconveniente, hay otros que son sencillamente rechazables, los encuentros con terroristas, por ejemplo. O llegue el día en que entiendan también que hay otros diálogos, qué decir acuerdos, tan cuestionables como el de Peña Nieto con Trump. Como el diálogo con la extrema izquierda y los independentistas en España. Es otro ejemplo, de triste actualidad también, como el acuerdo con la FARC.

¿Dónde están las diferencias democráticas que justifican el escándalo por el diálogo con Trump y el apoyo al diálogo con Pablo Iglesias o con Rufián en España? Porque justamente la semana pasada, cuando el progresismo mundial y el nacional se rebelaban contra Peña Nieto, el nacional aceptaba por enésima vez el nuevo intento de Pedro Sánchez de llegar a un acuerdo con los anteriores. Lo que demuestra que mi esperanza de coherencia es mucho más una esperanza que una realidad. Los mismos que son capaces de defenestrar a Peña Nieto por sentarse a hablar con Trump, llaman «fuerzas del cambio», como Sánchez, a Iglesias y a Rufián. Y así llevamos los últimos nueve meses, de diálogo con Iglesias y Rufián.

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