Gabriel Albiac

Lo cursi

En donde un ataque islamista contra la Embajada española ha quedado en menos que un pestañeo: mediáticamente no ha existido

Gabriel Albiac
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LO cursi impera. Es la única conclusión firme, tras estos días de campaña soporífera. Lo enuncio como un halago. Los técnicos publicitarios, que compiten por el mercado del voto, persiguen el letargo. Y lo consiguen. Son los únicos profesionales serios de lo político. Un letargo placentero: no seré yo el que se queje. Lo placentero es siempre acreedor de gratitud en un mundo tan áspero. Y a mi edad, uno sabe que hay cosas bastante peores que dormitar en paz. ¿Qué sería de nosotros si nos empeñásemos en abrir los ojos ante la desasosegante realidad económica, ante la quiebra nacional que acelera su vértigo en España? No habría quien pegara un ojo: algo ciertamente desagradabilísimo. Un buen hipnótico, hasta se agradece.

Aunque uno quede después un poquito atontado por la resaca. Sí que hay cosas muchísimo más desagradables que aceptar que te noqueen de modo amable.

Todo el ruido de estos días se ha trocado en hilo musical, así. Lo que se salga de los límites que acolcha ese murmullo sin aristas debe, naturalmente, ser borrado: las cosas hirientes, o tan sólo desagradables, mueven poquísimo al voto. Kabul, por ejemplo. En donde un ataque islamista contra la Embajada española ha quedado en menos que un pestañeo: mediáticamente no ha existido. Esto es: no ha existido, de ninguna manera. Pues que existir es, en las sociedades modernas, ser eficientemente resonado por los televisores. Tampoco existieron nunca los dos policías españoles asesinados. Ni el edificio reducido a ruinas. Ni las doce horas de asalto. No existieron. No vaya a ser que alguien se acuerde de aquel 11 de marzo de 2004, tras el cual la libre ciudadanía española decidió rendirse al yihadismo por plebiscito. Estado Islámico lo recordaba, hace un mes, a la hora de reivindicar los atentados del día 13 en París y lamentar que allí, en vez de rendición, un Gobierno socialista hubiera tenido el mal gusto de declararle la guerra y bombardear sus posiciones de modo eficiente: «… Retiraos de esta guerra como hicieron los españoles en Irak, o París no será nuestra última operación…»

Mas no es ahora aquí la hora de los combatientes. En España vivimos, desde aquel 11 de marzo que nos trajo en 2004 al prosternado Zapatero de la capitulación instantánea ante el islamismo, sumergidos en la sentimental hora de los cursis. No digamos que de los cobardes, no: eso queda muy feo.

Y, como todo lo rosáceo agrada –más aún si es adorablemente infantil–, el personal acabará, seguro, por dar su voto a alguno de estos dulces rapsodas pastoriles. Tañed, tañed, candidatos, vuestras églogas de trovador sentimental por vía herciana. Los tiempos corren a favor vuestro. Y la verdad es que ya, a estas alturas, se le hace a uno muy bizantino descifrar cuál de vuestras edades mentales es la más tierna.

Y que a nadie se le ocurra recordar a W. H. Auden: la sentimentalización de la política, eso es el fascismo. Pero Auden era un poeta. Y, además, excelente. Ilegible, por tanto, hoy. Cuando lo cursi impera.

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