Luis Ventoso - Vidas ejemplares

Charlie

Sí, hay cosas más importantes que el Estado

Luis Ventoso
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Ay si hubiese sido al revés… Imagínense que los padres del bebé terminal inglés Charlie Gard hubiesen pleiteado para que se le aplicase una rápida «solución» eutanásica a su hijo. ¡Cómo habría vibrado el llamado «progresismo» español con la causa de los progenitores! Habríamos asistido a extensos despliegues sobre Charlie, tribunas de respetados seudofilósofos de la «muerte digna» demandando que se le ayudase a morir ya, editoriales de apoyo a los progenitores, tertulianos sulfurados defendiéndolos en las televisiones de la correcta histeria al rojo vivo… Pero resulta que Connie Yates y Chris Gard, un matrimonio de treintañeros del Londres suburbial, tomaron la más excéntrica de las decisiones: pelear por la vida, luchar por todos los medios a su alcance para intentar buscar una cura para su hijo, por mínima y remota que fuese la esperanza.

Los padres de Charlie se apartaron de lo que podríamos denominar la subcultura de la muerte, hoy en boga en Europa, ese nubarrón mental que lleva a pensar que el aborto es un inocuo método anticonceptivo, epítome de la liberación de la mujer, o que hace que se jalee al enfermo terminal que busca el suicidio, pero nunca a esos héroes que con una enfermedad paralizante encima, que solo les deja mover los ojos, intentan seguir trenzando lazos con la vida (hace unas semanas se conoció la increíble historia de un chaval de Monforte que en tan duras condiciones ha logrado completar la ESO, pero apenas se le prestó atención). Los Gard lanzaron una campaña por quien más querían y encima fueron apoyados –¡anatema!– por Donald Trump, que se sumó al respaldo que brindó el Papa Francisco a la pareja. La historia era tan políticamente incorrecta que resultaba indigerible: un matrimonio del añejo formato clásico, mujer y hombre, movilizado por el amor incondicional a su hijo y apoyados por el catolicismo y por Trump. Resultado: algún medio español de primerísimo nivel ni siquiera ha consignado la noticia de la muerte del niño. Nada. Ni un breve. Charlie no mola y no ha existido.

Chris Gard, un cartero de 33 años, y su mujer Connie, de 31, todavía incurrieron en una segunda osadía: se plantaron contra el Estado. Pusieron lo personal –la evidencia de sus sentimientos, el amor casi masticable que les suscitaba su bebé– por encima de las recomendaciones del Gran Leviatán, y se lanzaron a pelear por ganar semanas extras para su niño. Cierto que la ciencia médica iba en su contra (había indicios claros de que Charlie sufría daños cerebrales irreversibles y no tenía cura). También es verdad que varios pícaros –desde periodistas a médicos, pasando por predicadores y espontáneos– les inculcaron falsas ilusiones y se aprovecharon de la causa para buscar sus cinco minutos de fama. Pero viendo en el tribunal a aquellos padres devastados por la pena, y al tiempo tan dignos en la lucha por su hijo, era imposible no concluir que allí refulgía algo valiosísimo: dos seres humanos movidos por su amor paternal. Y no creo que pueda existir nada más hermoso, aunque el «progresismo» de guardia lo encuentre carca, sentimental y «anti-cool».

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