Cervantes, ese «feixista»

Si ensalzarlo en una universidad es un problema, esa sociedad está enferma

Luis Ventoso

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Si meditásemos en serio sobre ello, a lo película taciturna de Bergman, resultaría insoportable encarar la posibilidad de que nada haya cuando se apague la cortísima vela de la vida. Es aterrador mirar de frente a la gran aniquilación, al vacío total, a la radical igualación en la nada de todas las vanidades, pasiones y dineros. De ahí el consuelo de la fe, o la ilusión en cualquier inaprensible posteridad. Preferimos pensar que hay algo más, que en algún limbo celestial colmado de amenidades departirán joviales Cervantes y Shakespeare, que según la leyenda murieron en la misma semana de 1616, el español con 68 años y el inglés con 52. Se entenderían bien. Uno de los mitos más bonitos de la literatura sostiene que Will leyó a Miguel tempranamente, y hasta habría escrito una obra teatral basada en los personajes del Quijote, «Cardenio», jamás hallada.

A los dos escritores los hermanaba un conocimiento clarividente del bicho humano, en sus miserias y sus esplendores. Ahí se nutre su genio. Ambos eran además parranderos con un punto descreído. Nunca hacían ascos a la cháchara tabernaria, uno de pub y otro de venta; ni a los riesgos venéreos y las mozas lozanas (expresión que pronto estará prohibida), ni al jaleo de los patios de comedias y la risa como bálsamo de amargores. Ninguno conjugó con mucho éxito la palabra matrimonio, porque tal vez su libertad interior no cabía en un candado conyugal. Will, inglés al fin, fue más burgués, más mirado con el peculio. Miguel, español canónico, fue más apasionado, trotamundos y peleón. Will agazapaba en la hucha lo que ganaba con sus dramas y comedias y lo invertía en tierras en su Stratford natal. Miguel fue soldado de fortuna en Italia, héroe español en Lepanto, donde un arcabuzazo le dejó inerte la mano izquierda; rehén de piratas bereberes en Argel; recaudador de impuestos que a veces sisaba de la caja (Bárcenas es un arquetipo antiguo) y un alma desengañada que no podía dejar de ser risueña. Pero lo importante, el gen de su inmortalidad, estriba en que idearon personajes más grandes que la vida, «que caminan solos al margen de sus autores», como apunta el maestro Harold Bloom. Hamlet y el Quijote no son patrimonio de la humanidad. Son la humanidad.

Un grupo de imbéciles ha boicoteado un acto de Sociedad Civil Catalana en el aula magna de la Universidad de Barcelona. Los agredidos homenajeaban a Miguel de Cervantes. Los agresores lo consideraron un acto «feixista». El rectorado, en lugar de apoyar a los que no podían hablar por la intimidación verbal y física, suspendió el acto y se negó a llamar a la Policía. Un sociedad donde celebrar al universal Cervantes es un problema es una sociedad enferma. Pero cuando ya nadie recuerde la peste nacionalista, los catalanes seguirán leyendo la justa de Don Quijote contra el Caballero Blanco en las playas de Barcelona. Aquella derrota devolvió el seso al caballero chiflado. Y aquí también ocurrirá: un día la cordura retornará, porque el magma irrespirable de tanta burramia no puede soportarse mucho tiempo.

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