Lluvia ácida

Carlitos

Si lo que Puigdemont quería era ser tomado en serio como mártir, lo que tendría que haber hecho es quedarse en España y dar la cara

David Gistau

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Para sentirse uno un exiliado respetable, tampoco hace falta constar en la lista de asuntos pendientes de las partidas de envenenadores rusos en Londongrado. Aquello que decía William Munny de que cada vez que veía un jinete acercarse creía que era alguien que venía a matarlo por algo que hizo en el pasado. Pero, hombre, aunque sólo sea para cultivar el fatalismo y la bizarría del hombre enfrentado a la maquinaria opresiva de un Estado culpable, qué menos que sufrir un respingo cuando suena el timbre a deshora por no estar seguro de que sea el lechero de Churchill.

Veamos en qué situación deja esto a Puigdemont . Le suena el timbre a deshora mientras llueve en la «morne plaine» de Waterloo y resulta que no se trata ni de un envenenador ni de un lechero ilustrativo de las apacibles costumbres democráticas. Resulta que es Boadella con una tienda de campaña, un megáfono y una invitación a un encuentro entre próceres al «más bajo nivel»: «¡Carlitos, sal!» . De todo, creo que lo peor es lo de Carlitos. Porque ahonda en el drama personal de un tipo que se sintió llamado a jugar un papel en la historia, que, como ocurre con los fanáticos, de todo puede recuperarse salvo de no ser tomado en serio, y que ahora sufre porque se da cuenta de que ya no es sino un inmenso hazmerreír del cual no quedará otra memoria que la relacionada con la mofa. Suponiendo que quede memoria porque las cosas seguirán su curso y de Carlitos, olvidado en Waterloo, apenas trascenderá una impresión remota como la que a veces se tiene de una canción que sonó un verano. Ha de ser frustrante: tanto daño infligido a una sociedad, tanto quebrantar la ley y soltar discursos pomposos, para luego no pasar de Carlitos o Puchi, el del pelo Beatle, el que sólo es molestado en su escondite de perseguido por el Gran Bufón español.

En «Los Soprano» hay un gánster que explica a un rapero que sus canciones tienen poco éxito porque va de duro y de hijo del gueto pero jamás recibió un disparo. Se ofrece a pegárselo y, a partir de entonces, el artista remonta en ventas y le queda agradecido. No sé si esto puede inspirar a Carlitos para fabricarse un empaque de oprimido fingiendo un pequeño envenenamiento con mejillones pasados o un secuestro, a lo Bartolín, por parte de oscuros operadores de los servicios españoles. Una cosa como lo del fiscal Nisman pero con munición de fogueo, algo de lo que no nos podamos reír, propio de un exiliado fetén y de un auténtico enemigo del fascismo. Porque lo de hacerse acompañar por un escolta de atrezo no ha funcionado.

En realidad, si lo que Puigdemont quería era ser tomado en serio como mártir y no convertirse en un chiste ambulante, lo que tendría que haber hecho es quedarse en España y dar la cara en los tribunales. Porque ese prestigio que pide se lo habría dado la cárcel, pero jamás una «espantá» de esas de las que un Carlos aparece degradado a Carlitos . Si es que no sale ni aunque lo rete Boadella, que para hacer kárate no está.

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