Brexit, hacia el final de un histórico error

A la espera de lo que decida el Parlamento de Westminster -que es algo que últimamente nunca debe darse por sentado- estamos ante el final del largo trayecto de la desconexión del Reino Unido después de más de cuatro décadas de ser miembro de la Unión Europea. Las dos partes están agotadas o, mejor dicho, hastiadas tras una indigestión de negociaciones que han sacado a la luz una imagen realmente poco honorable de la vida política en el Reino Unido, muy alejada de su reputación. En caso de que el sábado los diputados británicos quisieran protagonizar el enésimo vodevil en la Cámara de los Comunes, rechazando el acuerdo que ha firmado Boris Johnson, este podría convocar unas elecciones anticipadas que, según todas las encuestas, ganaría con holgura, lo que le permitiría obtener una mayoría que lo respalde.

Johnson ha podido llegar hasta aquí esencialmente porque al menos era un partidario declarado del Brexit desde el primer momento, a diferencia de Theresa May, que era una proeuropea conversa. Pero la gran hazaña de este dirigente excéntrico habrá sido simplemente tragar con lo que May dijo que «ningún primer ministro británico podría aceptar» en el nuevo protocolo irlandés. Es posible que, como dijo el británico, esta era «la única fórmula» para romper el bloqueo (y ya veremos si lo consigue). Pero en todo caso lo que debería haberle quedado claro para el futuro es que cuando uno es la parte pequeña en una negociación, siempre sale perdiendo. La UE ha mantenido su unidad y ha respaldado a Irlanda hasta obtener una solución satisfactoria. Eso sucederá con Gibraltar una vez que Londres deje de formar parte de la UE, porque será todo el peso de la Unión en su conjunto lo que acompañe las posiciones de España. O al menos eso debería ser.