EDITORIAL ABC

Bloqueo insostenible en Cataluña

Ciudadanos y los partidos rupturistas son rehenes, e incluso cómplices, de una estrategia marcada por un presunto delincuente fugado. En Cataluña falta valentía política

El expresidente catalán Carles Puigdemont aparece en un vídeo en el que ofrece un discurso desde Bruselas EFE

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Definitivamente, Carles Puigdemont ha contaminado hasta tal punto la política catalana que sus efectos tóxicos parecen irreversibles. Ha sumido al Parlamento catalán en un caos anárquico, y ha provocado una fractura en la sociedad catalana de tal magnitud que ayer extendió su metástasis hasta los propios partidos separatistas, enfrentados entre sí. Por si fuera poco, Puigdemont ha conseguido también situar la legislatura, desde su refugio de huido de lujo en Bruselas, en un limbo jurídico muy próximo al bloqueo total. La inoperancia política en Cataluña es máxima y la secuencia de los hechos resulta ya tan alarmante como su irresponsabilidad, porque el Parlament parece dirigirse hacia la perpetuación del caos. El separatismo ha convertido la política catalana en un nido de rencorosos lastrados por una cobardía moral que les impide tomar la única decisión útil: la de abandonar a su suerte a Puigdemont para que deje de condicionar cada minuto de la vida de los catalanes. Ayer, el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, aplazó sine die la investidura de Puigdemont. No la suspendió, pero impidió que los plazos formales hacia una hipotética repetición de elecciones empiecen a correr. Sin la opción jurídica de poder designar a Puigdemont porque lo tiene prohibido por decisión del TC, y sin la voluntad de proponer a un candidato alternativo con todos los parámetros legales, Torrent no ha desobedecido a los magistrados, pero no ha resuelto nada. Al contrario, lo ha complicado todo más aún y ha instalado a la Cámara en un limbo legal que nadie sabe cómo va a ser superado.

La fractura entre los partidos independentistas es notoria. Torrent mantiene artificialmente la candidatura de Puigdemont, pero se niega a tramitarla por un legítimo temor personal a ir a prisión. Ayer, la indignación de la CUP era real, pero la de ERC resultó cínica. Si Esquerra sabe que Puigdemont no va a ser presidente de la Generalitat, debería tener el arrojo de pactar con JpC otra alternativa sin menospreciar durante más tiempo a los catalanes y a las instituciones. De igual modo, Ciudadanos tiene en su mano la opción de desbloquear la situación e impedir la parálisis. Aunque una investidura de Inés Arrimadas resultase fallida, pondría el contador de la legislatura a cero y como mínimo ya sería factible repetir los comicios en dos meses. En cambio, hoy jurídicamente ni siquiera se sabe si eso será posible porque, en pura técnica electoral, aún no ha empezado a correr ningún plazo. De algún modo, Albert Rivera tiene a su alcance una solución parcial para forzar al independentismo a deshacerse de Puigdemont. El hecho es que Ciudadanos y los partidos rupturistas son rehenes y cómplices, de una estrategia marcada por un presunto delincuente fugado. En Cataluña falta valentía política, y sobra ese victimismo enfermizo que lo ha viciado todo.

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