Luis Ventoso

Balnearios

Habría que ir dejando los premios de consolación para los caídos

Luis Ventoso
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No sé si lo han notado, pero tenemos al gran Albert como una malva. Ha bastado un correctivo electoral, las quejas internas sobre el desaforado culto al líder y una lubina suculenta con Mariano en el cenador de La Moncloa para que Rivera se nos haya quedado sin fuelle regeneracionista. Ya no nos adoctrina en las radios matinales con la electricidad de antaño. Ya no lo arregla todo en frenéticas tertulias. Hace unas semanas, compré en una floristería callejera de Londres una maceta con unas florecillas rojizas, que daban color a la estancia donde escribo. Me ausenté por la operación turrón y a la vuelta me he encontrado mis "cyclamen persicum", o violetas de Persia, descangalladas, dobladas, sin fuelle. Esas tiernas flores, tan fugazmente marchitas, me han recordado algo: la Nueva Política. Cómo brillaban hace solo un año en su estreno en el Congreso, breando a los carcamales afectos al consenso de la Transición. Pero hoy Albert, el Cicerón de la Barceloneta, transita mustio. Nadie se acuerda mucho de él. Pablo Manuel graba vídeos lisérgicos charlando con un tronco. Tempus fugit… Y Mariano ahí sigue.

Apena ver a Albert sin guión. Es de buen prójimo aportar ideas para cuando supere la melancolía y vuelva a regenerarnos. Una práctica perfectamente legal, pero nada ejemplar, es la costumbre de nuestros partidos de premiar con puestos tipo balneario a políticos que han salido por la puerta de atrás, por derrotas electorales o mala gestión. En mi ciudad tuvimos un alcalde que era tan cosmopolita que calculo que como mucho habría visitado la vecina Betanzos. Pero en cuanto perdió las elecciones, el PSOE lo recompensó con un puesto como "viceportavoz en la Comisión de Exteriores del Senado", la cámara-spa. Una canonjía que nada mejoraba la vida de los españoles, que habríamos vivido exactamente igual si lo hubiesen nombrado viceportavoz de Ferraz para el estudio de la extinción del pájaro dodo.

Estas malas ideas me venían ayer a la cabeza viendo la tristona despedida de Federico Trillo, de 64 años, que simplemente tenía que haber abandonado la política cuando salió de Defensa. Es un jurista muy cualificado, alto funcionario, tiene su vida hecha. ¿Por qué premiar con la embajada de Londres a un político que venía quemado por su falta de tacto? Nunca le faltó a Trillo inteligencia, capacidad ni formación. Pero siempre ensombreció sus dones con deje de soberbia y un soniquete innecesariamente sarcástico. Vivía yo en Galicia cuando aquel cascajo del "Prestige" embadurnó toda la costa (por obra de unos armadores griegos piratas jamás juzgados). Llegó el ministro Trillo y lo fotografiaron en una playa, con una gran lámina de mugre negra a sus pies. El titular era una coña: "He visto unas playas esplendorosas". Faltaba tacto y sobraba displicencia altiva. No estamos en el Medievo. Un servidor público debe ser próximo y atento con sus jefes, que somos los ciudadanos. La cacería a la que se le ha sometido por el Yak es histérica, porque era un asunto de hace 13 años, ya pagado políticamente y juzgado. Pero el desapego conque trató a las familias de los militares no merecía el premio de cuatro años VIP en Belgravia.

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