David Gistau

Avales

A Sánchez le han tirado encima hasta a Felipe González y ahí sigue el hombre, arruinando la beatificación de Díaz

David Gistau
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Pedro Sánchez no ha muerto por aplastamiento en la presentación de avales. Al revés, lo que aportó fue una prueba de vida que demuestra que la pelea estará más reñida de lo que querrían todas las fuerzas que lo desalojaron mediante asalto de Ferraz. El anti-oficialismo al que fue enviado como a un exilio interior, aquel en el que iba a volverse algo así como un visitador puerta a puerta pidiendo votos de compasión y ya de paso vendiendo un dentífrico o un Whisper-XL, al final concede a Pedro Sánchez una fotogenia de la que carecía cuando era uno de los candidatos a presidente menos prometedores de la historia de la democracia. (Y hablamos de una democracia en la que candidato prometedor se me ocurre uno).

Por añadidura, demuestra una capacidad de resistencia al fuego enemigo que no veíamos desde las películas de Jackie Chan. Recuerda a uno de esos villanos que se levantan cada vez que se les da por muertos, demorando el desenlace de la película hasta que se hace necesario tirarles encima un Boeing. A Sánchez le han tirado encima hasta a Felipe González y ahí sigue el hombre, arruinando la beatificación de Díaz, que iba a pasar Despeñaperros entre saetas y azahares para exportar a lo nacional el modelo de una de las regiones más fracasadas de la UE. Y perdón por el adjetivo, pues dice la reina Letizia que los periodistas deberíamos emplear palabras –¿e ideas?– más amables: un periodismo de hilo musical que no inquiete a nadie, que sólo acompañe y reconforte como la conversación con el barman habitual en el bar favorito. Emplear, tal vez, palabras como lapislázuli y pitiminí.

Durante las sucesivas campañas electorales de los últimos tiempos, Pedro Sánchez era el único de los cuatro candidatos que carecía de personaje. Rajoy era el custodio profesional del 78. Iglesias era el revolucionario llegando a la estación de Finlandia. Y Rivera era el "nerd" que se arrogaba un modo de ser nuevo sin romper con lo viejo. Sánchez no era nada, apenas un daño colateral de la pérdida de hegemonía continental de la socialdemocracia que ni siquiera encontraba un modo de colocar el relato fundador del PSOE histórico que le madrugó la Transición a Carrillo y se homologó con Mitterrand y Palme. Luego se nos atoró en la obsesión algo cejijunta y cañí del no es no es no no no no habla mucho que no te escucho me rebota y te explota.

Parece que el allanamiento de Ferraz –y no he puesto la balacera de Ferraz atendiendo a lo que pide la reina de escribir zen– otorgó a Sánchez eso que no tenía: un personaje, un victimismo, una actitud irreductible de defensa de la legitimidad ante las maniobras oficialistas en un tiempo en el que todo oficialismo trae matices negativos, opresores. Después de haber enviado a gente de todo tipo para que le mate a Sánchez sin mancharse ella, a Susana Díaz habrá que decirle lo mismo que mi abuelo Mazzantini al espectador que increpaba: "Baje y hágalo usted".

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