La apuesta pascaliana

Hay que tener el valor de ser distintos

Pedro García Cuartango

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Fue Blaise Pascal quien diseñó la primera máquina de calcular mecánica. Incluso fabricó cincuenta prototipos, pero sólo logró vender unos pocos porque eran muy caros. Por ello, abandonó el proyecto, pero nunca perdió su interés por las matemáticas y el cálculo de probabilidades.

Pascal, fallecido en 1662 a los 39 años, fue el primer filósofo que se planteó la existencia de Dios en términos de posibilidad. Aunque era profundamente creyente y muy dado a la mística, admitió que no se podía probar que Dios existiera e incluso que el dilema se podía plantear en términos de azar. Dando un paso más, Pascal formuló su famosa teoría de la apuesta para defender la racionalidad de creer en un Ser Supremo. Más o menos lo hizo en estos términos: si uno cree y Dios no existe, no tiene nada que perder, pero si Dios existe, la ganancia es infinita.

La argumentación pascaliana me parece poco convincente en términos de racionalidad, pero resulta muy acertada si la aplicamos a nuestras opciones vitales. Siempre he creído que hay que apostar, aunque uno se equivoque. El mayor error que podemos cometer es creer que somos espectadores de nuestra existencia sin asumir el riesgo de adoptar decisiones.

Pascal siempre fue un hombre que tomó partido. Ahí está su polémica sobre la fe en la que arremetió contra la casuística de los jesuitas y se acercó a las tesis jansenistas, basadas en la creencia de que la gracia divina es necesaria para lograr la salvación. Lo que Pascal sostenía era que resulta mucho más importante la actitud interior que el seguimiento de los rituales eclesiásticos para acercarse a Dios.

Cuando era muy joven, la mente jesuítica de Descartes me enseñó a pensar. Pero en Les Pensées de Pascal descubrí la importancia de los sentimientos y la necesidad de apostar por lo que creemos. La apuesta en sí misma ya tiene un valor esencial porque es un acto de voluntad, una reafirmación de lo que somos frente a los otros.

Hoy vivimos en una sociedad donde se impone lo políticamente correcto y en la que parecer es más importante que ser. Por ello, hay que reivindicar la sabiduría de Pascal y defender nuestras apuestas, aunque sean incomprendidas por los demás. El criterio de la mayoría no vale cuando se trata de decisiones de carácter íntimo.

Lo que quiero decir es que en un mundo donde los individuos se afanan por ser iguales y por responder a los estereotipos dominantes, hay que tener el valor de ser distintos aunque ello comporte un alto precio. Es mejor estar solo que mal acompañado y eso vale para la política y para todos los ordenes de la vida.

La educación y nuestro entorno nos empujan a no asumir riesgos y a encaminar nuestro futuro a lo seguro. Craso error. Nuestra salvación está en el riesgo y en asumir la contingencia de nuestra existencia, siempre sujeta al azar. Por ello, hay que apostar con la conciencia de que el resultado nunca está en nuestras manos y de que es en la elección donde podemos encontrar algun sentido a la vida.

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