Achaques de la oligarquía

El Partido Popular parece la encarnación exacta de las teorías de Michels

Juan Manuel de Prada

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Cualquier profesor de ciencia política podría utilizar las vicisitudes de las primarias que en estos días celebra el Partido Popular para ilustrar las teorías que Robert Michels expone en su libro clásico Los partidos políticos. Es en esta obra donde Michels enuncia su célebre «ley de hierro de las oligarquías», que nos enseña que los partidos políticos, a la postre, son tan sólo organizaciones burocráticas a través de las cuales las oligarquías defienden su hegemonía.

Para Michels, a través de estas organizaciones se logra «el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes». Así ha ocurrido en las filas populares, cuyos afiliados han sido convocados para elegir a su nuevo líder… y no han hecho otra cosa sino favorecer una falsa «circulación de las élites». Este trampantojo -nos explica Michels- se realiza a través de muy variados aspavientos: a veces, se escenifican fricciones y confrontaciones en el seno de la oligarquía, incluso destronamientos y guerras intestinas; pero tales aspavientos no tienen otro objeto sino dejar lampedusianamente las cosas como estaban, ofreciendo a las masas la impresión de que se han operado grandes cambios. Así, por ejemplo, resulta en verdad hilarante que los afiliados de un partido que, al convocar estas primarias, parecía asumir la necesidad de una renovación elijan como paladines de esta misión inaplazable… a la mujer que más poder atesoró en el depuesto gobierno, responsable directa de algunos de sus errores más gruesos (causantes, por cierto, de la desafección de sus votantes), y a un joven acorralado por un currículum de tócame Roque que durante años defendió ante las cámaras esos mismos errores gruesos. Es como si los afiliados del Partido Popular se hubiesen convertido en una prolongación de lo que irónicamente llamamos «aparato» (o sea, la organización burocrática que acapara el poder y lo reparte entre sus acólitos), cómplices de los errores que han empujado a su partido hasta el barranco.

No en vano Michels afirmaba descarnadamente que un partido político no es otra cosa, al fin y a la postre, sino la «organización metódica de sus adeptos», que están imbuidos por el espíritu de su burocracia, modelados por ella, conformados a su imagen y semejanza. Y -añadía Michels-, «a medida que la organización aumenta de tamaño, la lucha por los grandes principios se hace imposible»; hasta el punto de que, para reclutar votos y militantes, «hay que rehuir una política basada sobre principios estrictos». Resulta, en efecto, revelador que la ganadora de esta primera vuelta de las primarias del Partido Popular sea una mujer de principios intercambiables con cualquier político de la facción adversa; y que quien va a disputarle la victoria se proclame delfín de quienes en su día condujeron a la derecha española hasta el barranco, favoreciendo rapiñas y claudicaciones ideológicas diversas, para ahora pavonearse desde el retiro como salvapatrias.

Inevitablemente, en estas oligarquías donde ya no se defienden principios acaba ocurriendo lo que describía Michels: «Los grandes conflictos de opinión son cada vez menos combatidos en el campo de las ideas y degeneran cada vez más hacia luchas e invectivas personales, para plantearse por último sobre consideraciones de carácter puramente superficial». El Partido Popular parece la encarnación exacta de las teorías de Michels.

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