Martes, 10 de abril de 2007
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CALLE PORVERA
El cocodrilo que quería ver mundo, por Virginia Montero
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Había una vez en Jerez un cocodrilo que quería conocer lo que había más allá de las verjas de la granja donde había nacido. Aunque nadie sabe cómo, un día consiguió su propósito, dejó atrás a sus compañeros de sangre fría y llegó al arroyo Salado donde un rastreador de esparraguitos para cenar se llevó el susto de su vida al creer que, tampoco sin saber cómo, se había teletransportado hasta la ribera del Amazonas al ver a este reptil de metro y medio tomando tranquilamente el solete en la orilla.

Parece una fábula de Esopo pero la descripción de los hechos la pueden leer unas páginas antes con todo el rigor que merece, que es un asunto muy serio. Pero es que en esta vida hay muchos cocodrilos que no se atreven a cruzar los límites de lo conocido y muy pocos que se aventuran a buscar experiencias nuevas.

Es triste que haya personas que todavía no han visto el mar, que jamás han pisado un cine, que no saben lo que es montarse en un avión o que creen con toda el alma que la felicidad de su vida está en manos de un cirujano plástico y no saben siquiera el por qué. Son cocodrilos que miran cómo los demás se sacuden los prejuicios, la comodidad y la pereza y se suben a un tren sin saber dónde van a dormir los próximos meses pero con el convencimiento de que no quieren el futuro que otros les han marcado. Y cruzan la verja que puede ser una universidad, un trabajo o una amiga con la que compartir los gastos los primeros meses. Nadie debería estar privado de poder hacer todas estas cosas al menos una vez, simplemente, por saber lo que se siente. No es cuestión de dinero.

El cocodrilo de Jerez ha vuelto a su granja pero nadie le quitará su particular aventura.

 
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