Sábado, 10 de febrero de 2007
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CONTRAPORTADA

Contraportada
Ana Álvarez Salomé a ritmo de Cha cha chá
Ana Álvarez Salomé a ritmo de Cha cha chá
Ana Álvarez, una actriz que busca su sitio.
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QUIÉN ES
Nombre: Ana Álvarez.

Nació en: Jerez de la Frontera, el 19 de noviembre de 1969.

Trabajo: Modelo y actriz de amplia trayectoria en la que destaca 'La madre muerta', de Bajo Ulloa.

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Ana Álvarez, rebosante de espíritu tropical, se contonea ante la mirada lúbrica de Eduardo Noriega. Lleva la melena suelta y un vestidito de vuelo que toma aire en los giros, coronado por uno de esos escotes amplios y desenfadados que llenan por sí solos el plano americano. Salomé danza, como una versión castiza de Ava Gardner, y la concurrencia traga saliva en los cines. Todavía, nueve años después de que la actriz hiciera épica de la insinuación, el ingenuo bailecito se descarga en internet a un ritmo vertiginoso. Fue en Cha cha chá, de Antonio del Real, la película que la hizo popular entre el gran público, a pesar de que sus mejores interpretaciones las había firmado algunos títulos antes.

Ana Álvarez nació en Jerez en 1969. De pequeña se aficionó al baile y, como del tablao a las tablas no hay más que un paso, probó suerte en el teatro. Sus primeros escarceos escénicos los tuvo en los festivales educativos de la ciudad, antes de marchar a Madrid con trece años.

A los diecisiete viajó a Japón, contratada para un pase por una agencia de modelos. Deambuló por toda Europa y regresó dispuesta a meter cabeza en el cine. Estudió en la Escuela de Arte Dramático de Madrid, donde Antonio Giménez Rico la pescó para Jarrapellejos. Su papel era casi testimonial, pero la crítica se deshizo en elogios: «Esta chica es capaz de arrastrar los ojos y las mentes de todos los directores del cine español», publicó El País. Ese mismo año consiguió su primer protagonista en El Tesoro, de Antonio Mercero.

Abandonó definitivamente su carrera como modelo: «Aquello me ayudó a comunicarme con la cámara, pero es una profesión que no sentía como propia», explica. En mayo del 90, después de dar a luz con sólo 21 años, rechazó ser la Lulú en la versión que Bigas Luna preparaba de la novela de Almudena Grandes. «Quería dedicarme a mi bebé, no es que el tono del filme me pareciera demasiado fuerte», declaró. Su hijo fue fruto de la relación que mantenía con Tato Icasto, teclista de Luz Casal. Rompieron poco después.

Tomó vuelo y Juanma Bajo Ulloa le ofreció ser la adolescente lunática de La madre muerta. Ganó el premio a la mejor actriz en festivales como Estocolmo y Cartagena de Indias, entre otros. Desde entonces alterna papeles serios con otros más ligeros, y su carrera se ha caracterizado por sucesivos altibajos, sin que acabe de responder a las expectativas que creó con sus interpretaciones iniciales. Dile a Laura que la quiero, Mátame mucho, Alas rotas, o Brujas pasaron casi desapercibidas. Lo último que ha hecho, en esa búsqueda incansable de su sitio en el cine, es de esposa de José Amedo en GAL.

De su padre, encarcelado en varias ocasiones por sus firmes ideas de izquierdas, heredó la implicación política. Militó en las juventudes socialistas, formación juvenil de la que su hermana Sandra ha sido portavoz nacional. Participó activamente en la polémica gala de los Goya antiguerra, aunque fuera animando el cotarro entre bambalinas. De su madre, en cambio, le queda el afán de conocimiento. Habla varios idiomas, lee a Nietzche, Sócrates y a los «estoicos, escépticos y existencialistas», sobre todo a Sartre y a Herman Hesse. Se siente «hija de los 80» y le entusiasma el rock. Además, se le dan divinamente las versiones tórridas de los bailes de salón. dperez@lavozdigital.es

 
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