Domingo, 15 de octubre de 2006
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CULTURA

OPINIÓN
El Mono, la honestidad del compás
El Mono, la honestidad del compás
EN EL RECUERDO. El arte de José Vargas siempre quedará en la mente de todos. / LA VOZ
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Mi amigo Antonio Higuero me comentó que José estaba muy grave en el Hospital de la Seguridad Social de Jerez. Le había encargado encarecidamente que yo fuera a visitarlo y no lo dudé. José Vargas El Mono era deudor de todos mis afectos porque siempre me demostró ser una persona honesta, un gitano de bien y, pese a su grandeza artística era un hombre con una humildad extraordinaria.

Personado en el lecho de dolor, mantuvimos una conversación de media hora. Todo su afán era materializar una serie de proyectos que tenía, una vez que sanara. Como si estando marcado por el ineludible destino, que ya lo tenía atrapado de forma inmisericorde, le entraran esas prisas que surgen cuando uno mira para detrás y empieza a correr el cronómetro hacia la aventura final.

Me comentó que tenía un ramillete de letras nuevas para la próxima Navidad y que quería hacer un cuadro con sus hijas; me preguntó por la forma de rescatar el material de la participación de los suyos en aquella ya mítica reunión de Las Familias Cantaoras; me insistió en la posibilidad de sacar un nuevo disco porque tenía muchos cantes en la alforjas de las vivencias...

Él desconocía por entero el alcance de su gravedad; luego en el pasillo una de las hijas, me confirmó que el único proyecto que quedaba era el llanto y la desesperación. Y ¿qué momento escogió Undibé!. Cuando se inauguraba de forma oficiosa su Peña Flamenca de Tío José de Paula, en la que tantas veces derrochó su generosidad en forma de bulería del mejor cuño santiaguero, en la que poniendo en un grave aprieto a aquellos que lo consideraban un buen festero, demostró ser un intérprete de lo más completo cuando asumió la dirección del curso de enseñanza flamenca. Pero sobre todo, en ese pequeño templo de virtudes flamencas donde desplegó todo el sentido de su gran humanidad, de su respeto, de su gitanería, de su sencillez y de su entrega. ¿Qué momento más oportuno, Dios!.

Reconocido artista

Cuando buena parte de los hoy artistas jerezanos estaban comenzando, ya estaba José Vargas de primera figura en los tablaos de Madrid. Compañero de vivencias de José Monge Cruz Camarón de la Isla en su juventud, había nacido en el número 5 de la calle La Sangre, en el corazón mismo del Barrio de Santiago, en 1947. Desde muy niño, demostró un sexto sentido para el compás que le acompañó durante toda su vida. Debutó como tantos otros en los Jueves Flamencos de Manuel Morao en los sesenta y su gran espaldarazo se lo dieron dos señoras del arte, su paisana Lola Flores, quien lo incorpora durante algunos meses en su compañía y Antonia Gilabert La Perla de Cádiz, que lo contrató para su venta. De allí, al prestigioso tablao Torres Macarenas de Madrid donde alternó con toda la alta aristocracia flamenca que por aquellos años se movía por la capital como Caracol, Mairena, Fosforito, Fernanda de Utrera, Terremoto o Camarón. Sólo para estar entre ellos ya hacía falta ser muy bueno, y José lo era; pues pocos han elevado a la cima de lo fantástico el arte de lo festero como él. De vuelta encabezó los carteles de las más importante citas en peñas y festivales. Pienso que Jerez nunca le dio el sito que le correspondía. Ahora entiendo sus prisas. Descanse en paz este honrado gitano, ya ángel custodio de la eterna bulería.

 
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