Sábado, 23 de septiembre de 2006
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Las mil caras del centro neurálgico de la ciudad
El mercado de Abastos ha sido testigo de todos los cambios de una vía que ha visto pasar a generaciones enteras de jerezanos
Las mil caras del centro neurálgico de la ciudad
PASEO. Esta vía es un lugar de paso para cualquier persona que deambule por el centro de la ciudad.
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Dicen aquellos que tienen memoria histórica de la ciudad, que la Plaza Esteve siempre ha sido uno de esos lugares donde el viajero decide hacer una parada para coger aliento y fuerzas antes de seguir la ruta turística que le hará conocer los rincones más secretos de Jerez. Dicen, que es la zona del centro que más transformaciones ha sufrido y que la plaza de Abastos, que se levanta majestuosa presidiendo este rincón de la urbe fue mucho más grande de lo que las nuevas generaciones pueden llegar a recordar. Aquellos que conocieron esta localidad, comentan que el viejo cine Salón Jerez, situado justo en la esquina con la calle Mesones, era un lugar de encuentro que cerró en el año 1947, justo cuando el bar La Vega abrió sus puertas por primera vez. Recuerdos que se aglutinan en la mente de los ciudadanos más mayores y que a diario recorren este rincón entre la nostalgia.

La plaza Esteve ha sido testigo de años de historia, de la evolución de todo un pueblo que se ha modernizado y avanza a pasos de gigante. Hace más de 60 años, cuando la plaza de Abastos aún no había sufrido ninguna reforma y tenía dos plantas, ya existían puestos en plena calle donde se podían adquirir diversos productos. «Justo a las puertas del mercado, había un tenderete de sal y enfrente un antiguo garaje donde el carbón y la gasolina se compraban para poder cocina», como explica Carmen Valera, una antigua vecina de la zona. Los churros, las flores y las especias para la comida se podían adquirir también en una vía que debe su nombre a un arquitecto valenciano que se afincó en Jerez. Una corredera que conserva esos mismo stand, aunque en menor cuantía, y que ha sufrido una serie de obras que la han transformado por completo.

Uno de los establecimientos más antiguos del lugar es la Ferretería La Paz, propiedad de David Gálvez desde hace ya tres décadas. «Desde luego, esta plaza ha cambiado mucho en los cuarenta años que llevo trabajando aquí. Diez como empleado y treinta como propietario de un establecimiento que ha visto pasar a tres o cuatro generaciones de la misma familia», como explica David. De igual forma, este comerciante recuerda que «la últimas obras que se iniciaron hace unos diez años fueron un tanto dañinas para todos los negocios ubicados aquí, aunque conseguimos salir hacia delante y, hoy por hoy, al menos nosotros, estamos muy satisfechos con el cambio».

Estas reformas que se llevaron a cabo en Esteve fueron cuanto menos polémicas. Las críticas por la radical transformación de la vía gracias a una diseño un tanto vanguardistas no dejaron indiferentes a nadie. El entonces alcalde de la ciudad, Pedro Pacheco, recibió un aluvión de críticas por una decoración que pocos llegaron a ver con buenos ojos y que finalmente desapareció en favor del estado actual de ésta.

«Las obras de hace unos años casi acaban con nosotros ya que tuvimos que despedir a buena parte del personal y afectó seriamente a nuestra economía», comenta Juan Coronil, propietario actual de La Vega. Este jerezano recuerda con cierta añoranza como se encontraba la plaza años atrás, ya que «antes tenía mucha más vida. Los puestos que se ponían en las calles en torno al mercado eran más numerosos».

De igual forma, la década de los años 60 hizo de este espacio un punto de encuentro para los jóvenes, y es que el emblemático bar fue escenario de «cientos de citas entre parejas que hoy en día están felizmente casadas. Ten en cuenta que La Vega fue el primer local de la ciudad que tuvo tocadiscos, por lo que en aquellos años el ambiente del establecimiento era muy distinto al actual», como explica Coronil.

Las mil caras de la plaza Esteve afectaron principalmente a los churreros, conocidos de sobra entre los más madrugadores de la ciudad y por aquellos que a veces llegan hasta sus puestos tras una larga noche de fiesta. «Nosotros estábamos en tenderetes que existían en la calle hasta que con la última remodelación de la plaza se nos otorgó un kiosco propio. Hasta tres generaciones de la misma familia nos hemos dedicado a este trabajo que evidentemente se ha visto beneficiado por los cambios», en palabras de Manuel Jiménez, propietario actual de uno de los puestos de churros.

Pero la alteración de la travesía urbana, mediante la cual se homenajea a José Esteve y López, se produjero de forma paralela a las obras dentro de este zoco, construido precisamente por este arquitecto en 1885 sobre unos terrenos que, en aquellos años, costaron unas veinte mil pesetas (o al menos eso asegura Francisco Montero entre las páginas de su libro Calles las de Jerez).

El edificio de estilo neoclásico sufrió obras en 1983 y 1984, unas modificaciones que originaron la creación de nuevos puestos. En la actualidad existen 115 stand que «se están comenzando a reactivar tras los años tan malos que hemos sufrido los comerciantes. Ya la gente no compra en los mercados como antes a pesar de que aquí los precios siguen siendo más baratos y la calidad es mayor», como asegura Encarna Domínguez, dependienta del tenderete número doce.

Encarna, revive todas las metamorfosis que ha presenciado y sostiene que «algunas no han sido tan buenas. Cada vez los puestos que tenemos son más pequeños y el hecho de que se reduzca el tráfico en las calles del centro también nos ha perjudicado». Quejas y transformaciones de una calle viva que cada año parece estar dispuesta a afrontar nuevos retos, unas metas marcadas por el paso del tiempo que parece no obviar a uno de los espacios que más historia ha contemplado gracias a su ubicación estratégica.



 
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