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Lunes, 10 de julio de 2006
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MIRADAS AL ALMA
Hermanados por el dolor
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La catástrofe que ocurrió el pasado lunes 3 de julio en el metro de Valencia con 41 muertos y decenas de heridos te deja el cuerpo absorto, la voz enmudecida y el alma vacía. Más allá de no saber pronunciar palabras de aliento que expliquen lo ocurrido, sí es consolador y alentador comprobar cómo todo un país y parte del mundo se siente unido aunque sea por unos días, triste y afligido ante una desgracia de tales dimensiones. Uno se siente más humano y valora con fuerza el simple hecho de estar vivo, de sentir, de respirar, e intenta olvidar todos esos problemas cotidianos que no son nada comparado con la muerte de tantos seres queridos que se fueron. Millones de corazones se hacen un solo latir, millones de voces gritan al son de una sola voz, millones de lágrimas que desembocan en un mismo mar, millones de manos que se abrazan y se tocan espiritualmente para dar fuerzas a sus familias en su caminar de cruces de sufrimiento.

Da igual la raza, la religión, el idioma o la inquietud política, todos somos uno, porque mañana, quién sabe los pasos del destino, le puede tocar a cualquiera. Lo que me entristece es que tengan que suceder tales desgracias para que un mundo se tenga que poner de acuerdo. Que tenga que pasar esto para que recordemos que debemos ser más comprensivos y tolerantes, en definitiva, que nunca perdamos los valores humanos, esos que olvidamos con inusitada facilidad. La tristeza de esas familias a los que algún ser querido se les ha ido es desgarradora y dolorosa, pero quizás aquellos que tengan fe se puedan agarrar con fuerza a ella, y pensar que van a un mundo mejor. Los habrá que por estos motivos también pierdan la fe, esos que ya no quieren creer porque piensan que Dios les ha arrebatado lo que más querían, pero no es así. Lo que ocurre en la tierra no es fruto de la mano de Dios, no es justo echarle la culpa de los errores humanos que una sociedad a velocidad de vértigo impone en nuestros días. El ser humano necesita algo en qué creer, algo a lo que aferrarse, aunque por supuesto, el alma de cada uno es libre de elegir. Uno prefiere pensar que al cruzar el umbral de luz y tinieblas, le espera un verde prado con montañas rocosas, fría brisa y cálido amanecer, y esto consuela. Sea como sea, la vida sigue siendo ese milagro natural que debemos cuidar, disfrutar y valorar. Ser mejores personas, porque aunque por fuera seamos diferentes, la sangre de todos es igual... roja.



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