La voz Digital
Lunes, 3 de julio de 2006
  Alertas   Envío de titulares    Página de inicio
PORTADA NOTICIAS ECONOMÍA DEPORTES OCIO CLASIFICADOS SERVICIOS CENTRO COMERCIAL PORTALES


PORTADA
LECHE PICÓN
Chapote
Imprimir noticiaImprimirEnviar noticiaEnviar

Publicidad

El nombre -o apodo- del malhadado individuo al que se refiere el título de esta gacetilla lo escribo así: Chapote, en román paladino. Nada de usar los artificios de las «tes» con las «equis» con que tantas veces se pretende convertir en vascuence lo que no es sino castellano viejo. Porque yo soy de los que siguen llamando a las tierras de los antiguos vascones por su nombre de siempre, tan descriptivo y eufónico: las Provincias Vascongadas. Lo de Euskadi o Euskalerría y pamplinas por el estilo se lo dejo a los que pretenden encubrir con un halo de tolerancia lo que no es sino una renuncia ingenua, cuando no cobarde, al idioma de Cervantes y Machado, a la lengua hermosa que hablan cientos de millones de personas en todo el mundo.

Al tal Chapote lo hemos podido ver las últimas semanas en todos los telediarios, acusado de haber sido uno de los que, de la manera más vil que imaginar podamos, acabó con la vida de Miguel Ángel Blanco. Enjaulado como el mono del Tempul -ahí es donde debería estar-, con una mirada que evidencia las dificultades con que consiguió acabar primaria, con la sonrisa que sólo exhiben los necios que son incapaces de valorar sus propios actos, y acompañado de una individua que tuvo que conocer en el más astroso puticlú de carretera, Chapote ha puesto rostro y voz a aquellos con los que el Presidente Zapatero quiere entablar negociaciones para alcanzar la paz.

¿Qué paz?, me pregunto. La paz es el estadío que subsigue a la guerra, y en este bendito país, que yo sepa, no hay guerra desde los años treinta del pasado siglo. Lo que aquí ha habido, en los últimos treinta y cinco años, no ha sido sino bandolerismo, extorsión, asesinato, robos. Terrorismo, en suma. Ni siquiera hay vencedores o vencidos: simplemente, ciudadanos de bien y delincuentes de la más baja estofa. Por tanto, que no me hablen de paz, sino de justicia.

Y me pregunto, después: ¿puede el Estado de Derecho, pueden los políticos -me da igual de qué signo, me da igual que antes se haya hecho a espaldas de la ciudadanía, esto que digo vale para todos- sentarse a dialogar en plano de igualdad con gente como Chapote? ¿Podrán estrechar la mano de quienes ordenaron matar a Blanco o a Fernando Buesa o a Ernesto Lluch? ¿Podrán compartir mesa y café con quienes alentaron el secuestro de Ortega Lara o la matanza de Hipercor? ¿Aquí no va a haber «memoria histórica»?

Si lo hacen, les digo, les grito, les exijo: ¿no en mi nombre! Y les digo más: si acaso constato una sóla renuncia, un solo indulto, una sola reducción de pena que no se ajuste a la legalidad, sepan que somos muchos los que conocemos el significado de la palabra prevaricación y de la palabra querella.

Ojalá la tregua de los terroristas sea cierta y definitiva, ojalá la violencia acabe para siempre. Pero que no sea a costa de nuestros valores, de nuestros principios. La tregua ha de ser producto de su debilidad, y no de la nuestra.

Para convencerse, recuerden a Chapote, recuerden su sonrisa, recuerden lo que tuvo que sentir Miguel Angel Blanco antes de arrodillarse en un bosque vascongado sabiendo que le esperaba el tiro en la nuca. Recuerden. Y recuerden lo que decía Martin Luther King: jamás nos lamentaremos tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos.



Sudoku Canal Meteo Horóscopo
Vocento