Es sorprendente que se monte un escándalo europeo de primer nivel por un simple retraso de seis meses en la entrega de un avión, algo absolutamente habitual en la industria aeronáutica. Es insólito que la noticia de ese retraso haga caer más de un 26% el valor de las acciones de la compañía en una sola sesión. Es asombroso que los analistas bursátiles se limiten a echar la culpa de todo a que su presidente utilizó información privilegiada para vender sus acciones antes del desplome. Es inverosímil que ayer, tras dos semanas de forcejeos políticos dimitan con efecto inmediato el copresidente ejecutivo de EADS y el presidente de su filial Airbus, queriendo zanjar así la responsabilidad. Y es inconcebible que todas las iras se vuelvan contra el diario francés Le Monde, querella judicial incluida, por haber publicado un documento interno que revelaba las divisiones entre los dirigentes alemanes y los franceses en el seno de la empresa. Y hay más. Uno de los mayores accionistas de Le Monde, el grupo Lagardère, investigado por la autoridad bursátil gala por un presunto delito de información privilegiada, es el tercer máximo accionista de EADS y también vendió la mitad de sus títulos semanas antes de que su cotización se derrumbase.

Con todo, lo más inexplicable es que nadie en Europa ni en Estados Unidos, ni en los parqués ni en las cancillerías, ni en los periódicos ni en las televisiones haya dicho hasta ahora que el grupo EADS está acusado de proveer armamento a países no miembros de la OTAN, utilizar sobornos para aumentar las ventas en Sudáfrica y esgrimir amenazas cuando pierde subastas, como la reciente de la República de Corea a cuenta de su programa nuclear. Y que ese gigante aeroespacial está excluido de la cartera de inversiones del Fondo de Pensiones del Gobierno Noruego por elaborar, presuntamente, componentes clave para la elaboración de bombas de racimo. Así que más abrir los ojos y menos taparse los oídos.