Desengáñense las autoridades de Trafico de todo el mundo: la única manera de comprobar el número de veces que cada conductor infringe en cada trayecto las normas de circulación es que todos los automóviles lleven instalado de fábrica un GPS que transmita desde los satélites de comunicaciones a un ordenador central la velocidad a la que circula cada coche en cada momento y cualquiera que sea el trayecto. Un programa informático, en conexión con los radares y las cámaras de carretera que captarían la matrícula sería el encargado de personalizar las sanciones y cargarlas automáticamente en la cuenta corriente de cada infractor. Y ese mismo programa alertaría a las patrullas para que detuvieran al conductor a fin de verificar sus permisos, hacerle el control de alcoholemia y, en su caso, retirarle el carné. Lo de fusilarlo en la cuneta, con o sin juicio sumarísimo es sólo cuestión de unos pocos años más, tal como están de amenazadas las libertades individuales hoy día. Esto no es una anticipación de ciencia ficción. Es la consecuencia inexorable de la temeridad, la impericia o la imprudencia de una considerable mayoría de conductores y una peligrosa deriva de la obsesión de unas autoridades por convertirse en el ángel de la guarda de los conductores a falta de redaños para impedir que los fabricantes de automóviles instalen un dispositivo que impida superar determinadas velocidades en función del ancho de la carretera, el radio de sus curvas, el estado del suelo, la densidad de circulación y los reflejos del conductor, algo que no es tan difícil con la tecnología actual. Harto ya del mundial, del Estatuto, de las conversaciones con ETA y de lo poco que le ha durado la paga de verano, todo el mundo hablaba ayer del carné por puntos en su primer día de entrada en vigor. Confiemos en que descienda la siniestralidad en las carreteras. En caso contrario, la amenaza del GPS dejaría en pañales a lo del Gran Hermano de Orwell.