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Domingo, 25 de junio de 2006
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Dignidad humana y libertad de investigación
Dignidad humana y libertad de investigación
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No hay duda de que la biotecnología está haciendo grandes avances para alcanzar un mayor bienestar de la humanidad. Sin embargo, si observamos todos esos adelantos, vemos que algunas de sus prácticas nos obligan estar alerta para no dejarnos ofuscar por ellas, pues está en juego la deshumanización del hombre. Tal es el caso, por ejemplo, de la clonación o del uso de los embriones para la investigación con células madre. De ahí que las personas que amamos profundamente la vida y la dignidad del ser humano y, al mismo tiempo, no despreciamos el progreso de la ciencia en su lucha contra la enfermedad, no tengamos más remedio que ser cautos ante dichos avances y exigir una reflexión ética seria.

Hay mucho dinero, poder y prestigio en juego. Todo esto se complica en una cultura que se caracteriza por tres elementos que dificultan la reflexión ética: 1) se defiende un imposible, que consiste en afirmar que toda innovación, o es inevitable, o es progreso. 2) exaltación absoluta de la libertad, sin advertir que su uso debe ser adecuado y 3) un marco relativista que dificulta el consenso sobre lo que es aceptable.

De hecho, algunos reivindican una libertad sin límites para la investigación en función de los objetivos a alcanzar. Esto es ver a la ciencia como fin en sí misma, independiente de la exigencia de un auténtico progreso humano. Como es lógico, esta concepción es peligrosa, pues abre la puerta a posibles aberraciones ya sufridas por nuestra humanidad a lo largo de su historia (léase, por ejemplo, armamento nuclear). Hoy los embriones tienen que pagar con su vida la utilidad de los avances científicos; no sabemos quienes serán mañana los elegidos por nuestros responsables políticos para fomentar el desarrollo de la ciencia.

La libertad es necesaria, pero no suficiente. Junto al valor de la libertad, es preciso advertir la exigencia humana de dignidad. Así por ejemplo, en la investigación con células madre embrionarias no sólo se destruyen los embriones, sino que se desnaturaliza y corrompe a la persona. Es necesario el reconocimiento de una humanidad que no puede ser herida ni eliminada. Es necesario afirmar que todo ser con naturaleza humana es alguien. La vida no es una cosa. La vida no puede ser concebida como una mera propiedad inmanente de ciertos seres autónomos que pueden disponer libremente de ella, reduciendo la existencia personal a un cierto grado de madurez con capacidad de producir placer o evitar el dolor. Destruir la vida es siempre destruir a alguien. Olvidar la dignidad en nombre de la libertad no sólo pone en peligro la inviolabilidad de la vida humana, sino también la igualdad de los seres humanos. Dividir en clases la vida humana conlleva una discriminación despectiva, y siempre origina una clasificación anti-igualitaria entre los seres humanos. Por tanto, hoy más que nunca, es necesario tener presentes las palabras de Juan Pablo II cuando afirmaba que «la ciencia en general, y la ciencia médica en particular, está justificada y es un instrumento de progreso, liberación y felicidad sólo en la medida en que sirve al bien integral del hombre».



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