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Miércoles, 14 de junio de 2006
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LOS LUGARES MARCADOS
«¿Adónde el paraíso, / sombra, tú que has estado?»
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Los dos versos de Rafael Alberti me sirven de pretexto para una reflexión. Todos tenemos una idea más o menos definida del paraíso. No me refiero, en concreto, al Paraíso entendido como el más allá, la gloria, el cielo, o como queramos llamarlo. Hablo más bien del lugar terrenal donde a uno le gustaría quedarse a «vivir la vida»". El lugar ideal, pero tangible, del retiro o el descanso. El locus amoenus de los poetas clásicos.

Hay quienes imaginan su paraíso particular en playas tropicales, con vastas extensiones de fina arena, temperaturas benignas, daiquiris, piñas coladas, tumbonas y un mar turquesa como telón de fondo. Otros se figurarán el paraíso en nórdicas montañas lejanas: un refugio de madera con una alegre chimenea encendida, un ponche de coñac caliente y la ventana abriéndose sobre la cegadora blancura de una nieve que dura todo el año. También hay quienes buscan su paraíso en templos aislados, donde meditar largamente en soledad, aprender del silencio y desentrañar el sentido de la existencia; en el Tíbet, en Nepal, en Japón...

Yo, por mi parte, prefiero los «paraísos de bolsillo», más fáciles y abarcables. Un patio emparrado, con pozo y geranios, una tarde tórrida de verano en El Torno (el pueblecito a 20 kilómetros de Jerez donde aprendí a nadar y a dar de comer a las gallinas); un trocito de playa, con más piedras que arena, en el Corral Trapito de Chipiona -las puestas de sol son tan espectaculares que exigen el aplauso de la concurrencia-; un chiringuito de Cádiz, a principios de junio, desde el que ver perderse el día con buenos amigos y una conversación medio hilvanada encima de la mesa; una calle de Jerez, la Porvera por ejemplo, en la que demorar el paseo de vuelta al hogar bajo la luz morada de las jacarandas; mi casa en invierno, con lluvia en los cristales y música de Van Morrison

Parafraseando a Vargas Llosa y a Gauguin -y contradiciéndolos, por supuesto-, el paraíso está en cualquier esquina. No es necesario, al menos no es imprescindible, agotarse en desplazamientos y prolongados viajes. Sólo hay que abrir los ojos a la luz que todos los lugares irradian, al secreto que guardan y que se encuentra tan sólo a un paso de lo más cotidiano.



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