La vuelta de la estatua de Primo de Rivera al Arenal, más allá de que la consideremos o no oportuna desde el punto de visto moral, ha servido para promover en la ciudadanía un debate no exento de matices. Para unos, prima el valor artístico del monumento; para otros, pesa más el caracter impositivo de su corta etapa de gobierno. Pero, en cualquier caso, muy pocos colectivos se han mantenido ajenos a un debate que debe abrirnos las puertas a una realidad más profunda que la mera anécdota: ¿estamos preparados para asumir nuestra propia historia?, ¿continúa existiendo, tantos años después, una ruptura social lo suficientemente amplia como para situar a uno u otro lado de la línea ideológica a toda la población por un mero símbolo?, ¿están superadas las contradicciones de clase en nuestra ciudad?, ¿hasta qué punto es positivo ahondar en esta manifiesta división?