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Sábado, 20 de mayo de 2006
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TOROS
DÉCIMA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO
Pocos trofeos para tantos momentos de toreo memorable
Antológica actuación de Pablo Hermoso de Mendoza, que salió a hombros pese a que la presidencia le negó una oreja que los tendidos reclamaron con fuerza
Pocos trofeos para tantos momentos de toreo memorable
Joao Moura coloca uno de sus rejones durante el primer toro de la tarde ayer en Madrid. / EFE
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LA FICHA
Seis toros despuntados para

rejones de Fermín Bohórquez.

Joao Moura: silencio y silencio

tras un aviso.

Pablo Hermoso de Mendoza:

una oreja en cada toro con fuerte

petición de la segunda en el quinto.

Salió a hombros.

Álvaro Montes: saludos y oreja

Las Ventas 10ª de San Isidro:

Lleno. Caluroso.

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La faena de Pablo Hermoso al quinto toro de la corrida de Bohórquez fue una de las cosas más notables de San Isidro. Ligeramente distraído de salida, el toro, de im-ponente cuajo, no tardó en despabilarse. Lo hizo con temperamento. Primero, como si esperara a Pablo y su caballo, como sabedor de que iba a salir castigado del embroque. Después, con una agresividad sorprendente porque lo común del toro de Bohórquez es su alegría más bien pastueña. Éste tuvo pies, fondo y carácter. Número 61, muy en tipo Murube, se llamaba Odioso.

Siendo toro tan tormentoso, la faena de Pablo cobró son de trueno, según convenía. Después de poner dos rejones de castigo, Pablo trajo a escena un caballo nuevo en su cuadra de este año. Se llama Merlín y es isabelo de pinta: crines blancas, el pelo alazano. De una agilidad y una elasticidad formidables. Muy valiente. A los medios lo sacó todas las veces Hermoso para citar, ir de frente y reunir con ajuste máximo al estribo. El toro pesaba lo indecible, pero lo indecible aguantó el caballo.

Sólo en el primer cite, un punto precipitado, al pitón contrario se quedó sin clavar Pablo y sin pasar el mágico Merlín. Luego, todo vino rodado, a ritmo de extraordinaria viveza porque la faena fue de poder a poder. Ventajas al toro para que no se recelara.

Los riesgos, por cuenta de los dos toreros. El de encima y el de abajo. Pese a los ataques constantes del toro, la faena fue de una economía de terrenos y medidas excepcional. Todo pasó en un palmo y en un momento.

Luego, Hermoso cambió de caballo, sacó uno de los de la línea Cagancho para cerrar faena y, en fin, para adornarse y matar, un tordo, Sármata, que ha traído de México y torea con los pechos con singular estilo. Con él puso a dos manos un par de las cortas cuando ya el toro estaba rendido y sometido como si lo hubieran toreado de muleta y por abajo.

Tras una estocada perpendicular y algo trasera, y creyendo que el toro iba a rodar sin puntilla, Pablo echó pie a tierra en un salto. El toro vino entonces a arrancarse fieramente contra el caballo, lo revolcó y le pegó en la boca una cornada. Después, rodó sin puntilla. Ese final tan inesperado pero tan memorable como la faena desató pasiones. Con tanta fuerza no se habían pedido dos orejas en Las Ventas hacía mucho tiempo. Capricho del palco fue negar a Pablo la segunda. El capricho se convirtió al cabo en flagrante in-justicia. Con una oreja vino a premiarse también un trabajo desordenado, entusiasta y aparatoso de Álvaro Montes con el sexto, el toro de mejor son de la corrida.

Caballo herido

También con una oreja, pero mucho más cara, se recompensó la primera de las dos faenas de Pablo Hermoso. Como ese segundo de corrida salió apagadito y fue un entre huirse y quedarse, Pablo se permitió el lujazo de hacer con el inefable Chenel tirabuzones en galopes a dos pistas de gran compromiso porque parecía que no iba a caber el caballo entre las tablas y el toro. Pero cupo. Tres de esas tandas de tirabuzones las remató Hermoso con clavadas al pitón contrario de rigurosa precisión. De nuevo se dejó ver el sentido del toreo de Hermoso: atacar de dentro afuera para que el toro no se aquerenciara, sacarle de su terreno y ganarle la vez. El conjunto fue espléndido.

Fue de esos días en lo que cuesta torear al lado del genio porque las comparaciones se hicieron tan notables como las diferencias. Moura mató por delante un toro que pegó mucho arreones y que se paraba cuando no hacía presa, y en torero de alta escuela resolvió el problema sin un galope de más. Pero no fue faena para la galería. Lo fue más la otra, con un cuarto que tuvo violencia primero y quiso irse a tablas después. Sobrio, Moura clavó un par antológico llegando de caras. En los dos turnos se atascó el descabello.

Entregado, circense, más pendiente de llegar al amante del caballo que del toreo, Montes anduvo dando guerra. A porta gayola y a punta de garrocha recibió a sus dos toros : el tercero se negó, el sexto sí quiso. Muy escandaloso el trabajo, muchas piruetas, cabriolas, corvetas, lanzadas, caballos agotados, exprimidos, aquí paz y después gloria. La gloria de una oreja. Y un caballo herido.



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