Me había jurado a mí mismo no volver sobre el tema ni responder a los denuestos que, desde que escribí para LA VOZ el dichoso articulito «Los incultos de Primo», me habían venido cariñosamente dedicando tirios y troyanos. Pero, qué le voy a hacer: me va la marcha, me tocan las palmas y en segundo y medio ya estoy dando la «pataíta». Que no tengo remedio, vamos.
Resulta que un buen amigo -nada que ver con el del bueno de Carrión, válgame el cielo- me advierte de que la citada gacetilla está dando que hablar en diversos foros de Internet y me da la dirección de algunos de ellos. Entro en uno santiguándome (que nunca sabe uno qué se va a encontrar en esos antros) y leo, por ejemplo, lo siguiente: «desde la APDHA (no me pregunten qué significa el anagrama: ni puta idea) estamos pensando en querellarnos contra Juan Pedro Cosano.La idea es que actos de este tipo no pasen por inavertidos (sic) y sobre todo sentar ante al juez a este señor por calumnias e injurias».
Ea, ya la liamos, me digo. Como si uno no tuviera bastantes pleitos, otra querellita. De inmediato, claro está, me voy al articulito de Primo, a ver a quién he insultado. Porque escribiendo como yo escribo, a diez minutos por artículo, cualquier gazapo es posible. Pero en cuanto lo releo, lo primero que se me ocurre es el dicho aquel de «quien se pica, ajos come». Porque es que resulta que allí no se citaba a nadie, sino que se hacían referencias abstractas y no se aludía ni a persona ni organización alguna. Así pues, si alguien se ha dado por señalado con los epítetos de «inculto» («de corta instrucción», Academia dixit), o «palurdo» («gente del campo o de las aldeas»), o «zoquete» («persona tarda en comprender»), es que no está muy seguro de sus potencias el buen ciudadano o es que tiene más sensibilidad que Manolita Chen. Porque, sepan ustedes, si alguien pone a parir a los anoréxicos, les aseguro que jamás, con mis ciento y pico de kilos, me iba a dar yo por aludido, vive Dios. Como no me he dado por aludido con ciertas epístolas dirigidas a mi buen amigo el director de este medio en que se me ponía a caer de un burro, asegurando el digno autor de las mismas que había hablado con mis clientes (¿con todos?...¿joder!, eso sí que es tener tiempo) y que, de esas conversaciones (de dos lustros, supongo) llegaba a la conclusión de mi escasa talla moral. Bueno, pues por lo menos ya tengo alguna talla pequeña, porque la de los trajes, ni les cuento. Al mismo tiempo, el buen hombre defendía sutilmente al reputado demócrata Fidel Castro, de quien recientemente hemos sabido que es, de entre los políticos del mundo, el séptimo u octavo más rico. Hay que joderse.
De todo el rifirrafe saco una conclusión que paso a exponer: la intolerancia de quienes presumen diariamente de tolerantes. Estos que me amenazan con la querellita y que han hecho que lleve dos días sin poder conciliar el sueño, je,je..., son los mismos que a diario motejan de fascistas a quienes no piensan como ellos; son los mismos que enseguida te tachan de nazi si defiendes el respeto por la Historia o si disientes de su opinión sobre el matrimonio heterosexual o los derechos de los monos; son los mismos que llenan de pintadas agraviosas los espacios urbanos que son de todos por un quítame allá estas pajas (y no les estoy acusando de onanistas, hombres, no la vayamos a liar otra vez!); son los mismos que acuden al insulto personal y profesional cuando son incapaces de dar argumentos; son los mismos, en fin, que nos hablan a diario del imperialismo yanqui y callan como meretrices, cuando no aplauden abiertamente como quinceañeras boquiabiertas oyendo a Bisbal, ante individuos de la calaña de Chávez o Morales.
Qué le vamos a hacer, así es nuestra sociedad y así es la democracia que nos hemos dado. Pero, por eso precisamente, porque estamos en democracia, que no pretendan hacerme callar, que no pretendan que silencie mis ideas y que no pretendan atemorizarme con querellitas. Si no les gusta lo que escribo, la solución es fácil: que no me lean. Más que nada porque, mientras Javier Benítez me lo consienta, pienso seguir diciendo lo que pienso, sin ataduras ni cortapisas. Llamando al pan, pan, y al vino, vino. Y con la que está cayendo por los Juzgados, con lo de las facturas falsas, los informes médicos de la Campanario y no sé cuantas batallitas más, no está la cosa para querellitas de la señorita Pepis. Por la gloria de Cotón.