Tengo una caja en el fondo de mi armario en la que desde que era adolescente (aunque no estoy muy segura de si he dejado de serlo aún) voy acumulando todo tipo de objetos y papeles que alguna vez significaron algo para mí. Estos días me ha dado por sacarla de su escondrijo y rebuscar en su interior a ver lo que encuentro.

Una de las cosas que más gracia me ha hecho rescatar es un tapón de una botella de Canasta. Muy apropiado para estas fechas tan feriales. No sé cuánto tiempo lleva ahí pero creo que es de un mes de mayo de mis dieciséis o diecisiete años, que tampoco hace tanto. También conservo (y esa es una manía familiar) unas monedas de un viaje a Praga cuando todavía no existía el euro. Tengo muchas cartas de amigos y familiares, de gente que sigue a mi lado, y gente que ya no he vuelto a ver más porque así es la vida. También hay fotos que por muchas razones no están en el álbum, a la vista de todos, pero que no irán nunca a la basura.

Conservo entradas de conciertos, desde las de Javier Ruibal a las de Quique González, pasando por John Mayall y por el reciente musical de Queen que se pudo ver en el Villamarta. Allí guardo igualmente las de los conciertos del milenio, para los que crucé España en autobús (más de quince horas) hasta Galicia. También hay un lazo rojo en el que venía envuelta una persona que hizo cuatrocientos kilómetros en un día sólo porque era mi cumpleaños. Tengo objetos guardados que no sé de dónde salieron y por qué están ahí. Mi memoria se quedó con algunos y otros muchos se esfumaron, sin más. Para que mi despistada cabeza no traicione a mis recuerdos tengo yo mi caja. Desde ayer guarda algo más, para que no se me olvide.