Aseguran los ufólogos que es el momento en el que un terrícola, o varios de ellos, entran en contacto visual con un objeto volador no identificado, o contacto físico, si es con alguno de sus tripulantes. Ahí es ná.

Lo que no sabía es que el Real de la Feria fuera el campo de pruebas durante la noche de un sábado previo a que comience la fiesta del «come albero, deja los pimientos y bebe fino».

Me llamarán loco, pero creanme, yo viví un encuentro en esta etapa de la que saben tanto los que estudian los ovnis, bueno varios, y con sólo cinco cervezas en el buche. Como diría Rutger Hauer en Blade Runner; «yo he visto cosas más allá de las puertas del González Hontoria que ningún otro jerezano ha visto jamás». Al salir de Izquierda Unida y sin ver un carajo -porque no se había encendido el alumbrado hasta ayer- visualice la nave del padre y la madre de ET. Dos antenas con los colores de la napia de la mascota de la Expo 92, Curro, y un chásis luminoso con más colores que las corbatas de Carrascal. Al intentar un acercamiento ocular me percate que era un hombre, pequeñito y gordete, del sudeste asiático. Iba cargado con pins led y lo que parecían antenas no eran más que la espadas láser de Anakin, Luke y compañía. La caseta de CCOO parecía la Estrella de la Muerte, la UGT la Enterprise, y no les digo lo que parecían las casetas de los niños porque eso estaba más allá de Móstoles.

El Real era una auténtica macrodiscoteca con macrobotellón añadido. Ni sevillanas, ni bulerías ni rumbitas. Ná de ná. Espero que a partir de hoy todo sea distinto.