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Miércoles, 26 de abril de 2006
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TOROS
Toros
Ponce sigue con su fiesta
El matador de Chiva recibe el único premio de la tarde en una faena primorosa y El Cid se convierte en la decepción del cartel más esperado en La Maestranza
Ponce sigue con su fiesta
EXQUISITO. Enrique Ponce logró que la afición de Sevilla le recibiera con admiración y renovó méritos en una de sus faenas.
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SEVILLA
Seis toros de Juan Pedro Domecq. El quinto se jugó de sobrero. Corrida de buen remate. El tercero, el de mejor entrega. Sirvió bien el sexto. Apagados los dos primeros. Manejables cuarto y quinto.

Enrique Ponce: silencio y una oreja. Rivera Ordóñez, silencio en los dos. El Cid, aplausos y silencio tras un aviso.

La Maestranza. Décima de abono. Lleno absoluto. Soleado.

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Ponce fue recibido con clamor. Dicen que en Sevilla nunca habían sacado a saludar a nadie al tercio antes de soltarse un toro. Estaba viva la estela de sus grandes faenas del viernes. En clave sevillana a eso se le llama entrar en Sevilla. Habrá entrado Ponce algo tarde, pero ha sido hasta la cocina. Del primer toro de corrida, que no tuvo ni fuerza ni gana, Ponce dispuso con mimo. Una vez se le quedó el toro en las zapatillas. El gusto refinado con que manejó la cosa mereció el respaldo de discretos murmullos de aprobación. Una estocada baja, que hubiera bastado con cualquiera de los toros de Zalduendo del día grande. Ponce, algo obtuso con el capote toda la corrida, salió a quitar en su turno con el primer toro de El Cid. No le salió fino lance alguno. Sí la revolera y la larga de remate.

Claudicante y frágil como casi cualquiera de los demás, el cuarto juampedro, de bondad sobrada y menguado poder, se empleó más que el primero. De ese pocito transparente sacó Ponce petróleo en una faena de claras ideas. Ponce retempló al toro, que se le rebotó y no llegó a rematar. Antes de que se le fuera, lo volvió a enganchar con los vuelos.

Dos tandas con la diestra y en línea, porque, si no, no habría resistido el toro, que amenazaba con claudicar si se le exigía. La cosa fue coser y cantar. Un poco trivial por ser tan inofensivo y dócil el toro. En un solo terreno, que fue señal de seguridad, Ponce optó por dibujos y la caligrafía. Un tres en uno muy abierto pero ligado con una trinchera y uno de la firma. Y siempre vertical pero flexible, que estaba a sus anchas y no podía disimular el gozo que le daba sentir a la gente tan rendida. Tras enojosa igualada, otra vez se le fue a Ponce la estocada algo baja. No importó.

Dentro de la corrida hubo dos toros de mejor aire. Fueron los dos del lote de El Cid. El tercero, negro jirón, quiso por las dos manos. No es que se comiera la muleta, pero lo pareció sólo por contraste. El sexto, muy juampedro clásico, tomó el capote con gas y, aunque se pegó una costalada terrible en la muleta, resistió. A tablas se fueron a morir esos dos y los otros cuatro también.

Ni a uno ni a otro les encontró el aire El Cid. Abusó de los cites en uve cuando se puso por la izquierda. Sonó la música para acentuar una tercera tanda en redondo. Muy vaga la faena en conjunto. Y una estocada atravesada soltando el engaño. Al sexto le pegó de salida y en tres tramos distintos hasta doce lances. Dos medias casi enroscadas fueron brillantes. Lo lidiaron a cámara lenta y El Cid se atropelló con él desde los primeros muletazos.

El toro protestó al verse encima al torero. Enganchones iniciales, cambio de terrenos que marcó el toro, intentos aparentes por la mano izquierda, alguna voz desde el tendido, cuatro pinchazos, un descabello y se le fue la feria a El Cid sin más noticia.

El más apagado fue el segundo, que mató a la última Rivera. El quinto fue devuelto y Rivera lo llevó a capotazos hasta toriles.

El sobrero, cobardón, fue toro sin fuerza. Rivera lo banderilleó con gracia, lo pasó de muleta sin la menor convicción y, después de tres pinchazos sin pasar, agarró la única estocada buena de toda la corrida.



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