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Miércoles, 19 de abril de 2006
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El Barça da el golpe y se acerca a la final
El Milan sucumbió en su feudo ante una genialidad de Ronaldinho El frances Giuly finalizó un pase del brasileño para lograr el 0-1 definitivo
El Barça da el golpe y se  acerca a la final
UNA 'PIÑA'. Iniesta, Etoo y Giuly celebran el tanto del francés. / REUTERS
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MILAN0 - BARCELONA1
Milan: Dida, Stam (Cafú, 76'), Nesta, Kaladze, Serginho, Pirlo (Maldini , 67'), Gattuso (Ambrosini, 73'), Seedorf, Kaká, Gilardino y Shevchenko.

Barcelona: Valdés, Oleguer (Motta, 75'), Puyol, Márquez, Gio, Edmilson, Iniesta, Van Bommel, Giuly (Belletti, 70'), Etoo y Ronaldinho (Maxi, 89').

Gol: 0-1: Giuly (57')

Árbitro: Alain Sairs (Francia). Amonestó al local Nesta y a los visitantes Puyol y Oleguer.

Incidencias: San Siro. 76.883 espectadores.

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El Barça dio el primer paso para presentarse en la gran final de París tras superar al Milan por 0-1 en el partido de ida de las semifinales de la Liga de Campeones. El conjunto azulgrana vistió sus mejores galas para imponerse al conjunto italiano con un tanto de Giuly en la segunda mitad que ahogó a un rival incapaz de batir a Valdés.

San Siro presenció un duelo de estilos. Un choque celestial entre dos conjuntos construidos bajo la batuta de dos directores de una misma escuela pero con gustos diferentes. Rijkaard dejó los reajustes para la puesta en escena. El holandés quería soltar a Ronaldinho de la banda izquierda. Para ello, retocó la posición de Gio que se convirtió en un falso lateral con Puyol cubriéndole la espalda. Ancelotti contrarrestaba la fortaleza ofensiva del brasileño colocando a Stam en su banda de influencia.

Tejidos sus enjambres, ambos se perpetraron en sus banquillos para comprobar las mejores armas de sus conjuntos. El Barça reiteraba su pasión por el fútbol de toque. La creación por encima de la pegada. El Milan apostaba por la verticalidad, conducidp por la clase de Kaká. En defensa, más desigualdad. Los azulgrana mordían a la defensa local. Los rossoneri esperaban a su rival en su propio campo. Ambos querían desarbolar a su rival con sus propios argumentos. Todo ello condimentado con la cantidad de estrellas adecuada para una semifinal de tal envergadura.

Los pronósticos iniciales se cumplieron a la perfección. El Barça capitaneaba el control mientras su rival esperando rescatar el esférico para lanzar sus golpes. Así se gestaron las dos opciones más claras de la primera mitad. Un simple saque de banda de Serginho acabó con Gilardino estrellando su zurdazo en el palo izquierdo de Valdés. Un minuto después, Valdés salvaba con el pecho un cabezazo de Shevchenko.

Premio al control

El Barça pecaba de escasa profundidad. Ronaldinho quería desengancharse de su parcela para conducir a sus compañeros. Le faltaba respuesta del centro del campo y sobretodo la aparición de Giuly. Sus mejores opciones llegaban desde dos buenas recuperaciones mal solventadas por Etoo.

Pese a esa extraña falta de profundidad, el Barça crecía gracias a la presencia de tres colosos. Edmilson, Márquez y Puyol atajaban a sus rivales con su anticipación. Lástima que el central mexicano emborronase su hoja de servicios perdiendo un balón que le costó a Puyol una amarilla.

Tras el descanso, el Milan acrecentó su pasión por la pegada. Pasaba del esférico. Se sabía capaz de crear desde la nada. Así gestó Shevchenko una asistencia de lujo que Gilardino mandó al limbo con Valdés batido.

El Barça respondió a su manera. Trabajo de conjunto enmarcado por un genio como Ronaldinho. El brasileño volvió a encumbrarse. Sentando a Gatusso. Poniendo el ojo en el espacio libre para permitir que Giuly explotase toda su menudez con un zurdazo que batía a Dida.

Ronaldinho había decantado la balanza. El Milan estaba grogui. Medio noqueado. El Barça enmudecía San Siro. Su fútbol de toque y la rapidez de sus contragolpes ponía la final a tiro. A un milímetro pensó Ronaldinho cuando estrelló un disparo en el palo derecho de Dida. Su acción tuvo continuidad. Iniesta y Etoo ponían contra las cuerdas al meta brasileño.

El Milan yacía en el campo fruto de su corazón aliñado con salpicaduras de sus cracks. Otra vez desde la nada, Kaká maravilló con una asombrosa asistencia, pero cayó en las botas de Ambrosini. Y la pifió, arruinando las opciones locales.



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