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Domingo, 9 de abril de 2006
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Lo que nadie puede comprar
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La elegancia es un concepto que, hoy en día, está desvirtuado por los me-dios. Transmiten una versión equívoca del concepto. Como decía el Duque de Windsor, que abdicó por amor al trono de Inglaterra, un hombre elegante es el que va del Arco del Triunfo al de la Concordia, sin que nadie se vuelva a mirarlo. La prensa, la televisión, en general, presentan la elegancia como una cuestión de marcas, de firmas, como consumismo, como rivalidad, cuando la elegancia es más que todo eso. Ninguno de los ejemplos que muestran se corresponden, en realidad, con la elegancia. Uno de los mayores enemigos de este concepto es la ostentación, tan de moda en los días que toca vivir. La sencillez, el pasar desapercibido, es el síntoma más reconocible de la elegancia. En contra de lo que ahora se pretende proclamar, un traje hecho por un sastre de Saville Road, unos zapatos de Lobb o una camisa hecha a me-dida por un artesano de Jermyn Street, un sombrero de Lock o un Breguet, resultan más exquisito que vestir de Armani o llevar unos zapatos de Prada.

En España también abundan talentosos creadores del atuendo, que saben vestir y calzar a culquier hombre sin necesidad de envidiar a los mejores profesionales del mundo.

Los primeros nombres, los clásicos, nunca se anuncian, son ajenos a la publicidad, no tienen logotipos ni son reconocibles. Los segundos, los de los nombres populares que se nos presentan como elegancia oficial, sí resultan visibles por todos y llaman la atención. La marca es el precio, es el supuesto prestigio, lo que parecen perseguir las fashion victims.

Pero lo externo es accesorio. El hombre elegante lo es, sobre todo, por sus modales, su educación, el trato hacia los demás. La persona elegante se adapta a las circunstacias de cada mo-mento. Tampoco hay que confundir la elegancia con el glamour, que suele durar menos que una barra de hielo, y es lo que más se vende hoy en la sociedad de la información precipitada. El glamour se puede fingir y comprar, pero la elegancia es patrimonio de unos afortunados que la reciben como una bendición, que les acompaña durante toda la vida y es imposible comprar. Un persona elegante no tiene que ir la moda.

Conozco un señor que, con 20 años ya se hacía los zapatos en Miranda, en Madrid. A los 83 años, sigue llevándolos y resultan igual de elegantes.

Otro de los actuales enemigos de la elegancia es la inseguridad reinante. Esa duda restan naturalidad, indispensable para ser elegante.

Finalmente, la elegancia, como la mayoría de las virtudes, es una cuestión de sentido común, de bondad, de inteligencia. De ser, nunca de tener.



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