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Domingo, 9 de abril de 2006
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TRIBUNA
Los pobres de Jerusalén
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Los santos misterios que celebramos en nuestra Semana Santa tienen una referencia geográfica que nos sitúa en Israel y más concretamente en la ciudad de Jerusalén, lugar de la pasión, muerte y resurrección del Señor. De ahí nos llega el grito de unos hermanos, un reducido número de cristianos que permanecen fieles a la fe en Jesucristo, y que tanto por su situación de minoría, como por vivir entre las religiones musulmana y judía, no son tenido en cuenta en el reparto de los presupuestos y ayudas estatales.

Los franciscanos encargados de la Custodia de Tierra Santa están llevando a cabo una callada y dura labor, tanto en la conservación de los santos lugares, como en el cuidado y protección de la pequeña comunidad cristiana. Los atienden espiritualmente en 29 parroquias, participan en su educación con 16 escuelas donde se preparan 10.000 alumnos, atienden a sus múltiples necesidades materiales, especialmente de viviendas, becas de estudios y guarderías.

Las imágenes de la pasión que desfilan en procesiones por nuestras calles, nos llevan a estas otras imágenes vivientes y actuales que son las de aquellos hermanos nuestros que habitan hoy la tierra de Jesús. Es nuestro deber atenderlos, como hemos hecho desde los orígenes de la Iglesia. Ya en la carta a los Romanos se habla de una colecta para los hermanos pobres de Jerusalén (15, 26); y en el mismo sentido, los cristianos de Corinto decidieron hacer una colecta, como una deuda que tenían con sus hermanos de Jerusalén, (I Cor. 16, 1-4). Desde entonces, a pesar de los avatares políticos y de los muchos conflictos históricos que se han dado y se dan en ese escenario geográfico, la situación de pobreza en que vive la minoría cristiana no ha cambiado mucho.

Este Viernes Santo también oiremos su voz: «Son tus hermanos, ¿ayúdales!», dice el lema de la campaña. Si no reciben nuestro apoyo económico, tienen riesgo de desaparecer. En Belén por ejemplo, el número de Cristianos se ha reducido a la mitad en pocos años, (actualmente son 6.500). El servicio de la Caridad, que debe extenderse a todos los hombres sin distinción, ya que forma parte de la esencia misma de la Iglesia, tiene su origen en el convencimiento de que «en la comunidad de los creyentes no debe haber una forma de pobreza en la que se niegue a alguien los bienes necesarios para una vida decorosa», como nos recuerda Benedicto XVI en su carta Deus Caritas est. Siendo aún más concreto, afirma citando a Gál. 6, 10: «...Quedando a salvo la universidad del amor, también se da la exigencia específica eclesial de que, precisamente en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrase encontrarse en necesidad» (nº 25).

Pido a los católicos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad que muestren su solidaridad siendo generosos en la Colecta que haremos en todos los templos de la Diócesis el próximo Viernes Santo en ayuda de nuestros hermanos que viven en Tierra Santa y que por tantos motivos políticos, culturales y religiosos continúan siendo «¿una minoría olvidada!».



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