Viaje desde Lesbos a ninguna parte

ABC recorre el campamento donde Atenas ha confinado a más de un millar de inmigrantes

Un grupo de refugiados lava ropa en el campamento de Nea Kavala, en la provincia griega de Kilkis Paris Petridis

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Las alarmas saltaron hace días cuando más de 600 personas llegaron en su solo día a las playas de la isla de Lesbos , a pocas millas de la costa turca. Atrás quedaban los más de un millón de inmigrantes que llegaron a Europa a través de Grecia entre 2015 y 2016. La situación cambió después: en 2017 entraron ilegalmente 68.112 personas y al año siguiente 93.367. Pero este año las cifras aumentan cada mes y la situación en los centros de recepción denominados «hotspots» en cinco de las islas del Egeo (Lesbos, Kos, Leros, Samos y Jíos) es dramática: demasiada gente amontonada esperando, malas condiciones de vida (falta de espacio, suciedad, pocos aseos, constantes peleas, peligro de agresiones sexuales a mujeres y menores).

Lo denuncian ONG, observadores internacionales y trabajadores locales. Los trámites son largos y muchos permenecen ahí meses; algunos, años. Por ello las autoridades evacuaron hace unos días a más de 1.500 personas , la mayoría familias vulnerables, a instalaciones del norte de Grecia, desde el centro de Moria (en Lesbos), el peor de todos. El mismo día que se fueron, llegaron más de 400 personas a la isla. Y siguen llegando.

Explanada en Macedonia

ABC se desplazó hasta el campamento de Nea Kavala , en la provincia de Kilkis, muy cerca de la frontera con Macedonia y Bulgaria. Allí habían llegado unos días antes 1.030 personas vulnerables afganas, provenientes de Lesbos. Se trata de una solución de emergencia, porque este grupo será, según las autoridades, enviado dentro de menos de un mes a un centro nuevo en condiciones.

«Este campamento no es el mejor, las condiciones no son viables: se encuentra alejado de cualquier centro urbano, no hay ni árboles, no hay sombra. Esto era un antiguo club de aviación, un pequeño aeropuerto. En verano hace muchísimo calor y en invierno un frío que pela, porque además sopla el viento». Lo dice Kyriakos Giaglis , director en Grecia del Consejo de Refugiados Danés (DRC, por sus siglas en inglés), con amplia experiencia con refugiados. «De los 26 campamentos que hay en Grecia, organizados por las autoridades, apoyamos la gerencia de nueve, entre ellos este», señala.

Giaglis comenta que en el campamento ya había 948 personas en contenedores de los que se utilizan para viviendas provisionales tras fuertes terremotos. Son de diversas nacionalidades (Kuwait, Irán, Irak, Afganistán y países africanos) y tras meses en los «hotspots» llevan tiempo aquí. Las autoridades informaron al DRC de que recibirían unas mil personas más, de forma temporal, que se alojarían en grandes tiendas de campaña, donde caben familias enteras. «Comparado con la situación actual de Moria, donde en unas instalaciones para 3.000 personas se encuentran unas 10.000, está claro que es una solución mejor». Su organismo se encarga de infraestructura (desde recogida de basuras a entrega de kits de higiene individuales, pasando por asesoría legal y clases para niños y adultos).

Inquietud en la zona

Les financia en este momento la UE, Acnur y donaciones danesas (incluyendo la Fundación LEGO). De la comida se ocupa un catering contratado por el Ejército. ABC vio a mujeres lavando la ropa y niños jugando en una zona de columpios. A la puerta, empleados de la compañía WIND intentaban vender abonos telefónicos sin éxito, porque los recién llegados no salen del campamento y aún no tienen acceso a la tarjeta que les dará una cantidad al mes (que nunca supera para una familia el mínimo de desempleo griego, menos de 500 euros). Sólo una madre afgana, la tímida Simin, salía a pasear con su hermana y sus tres hijos y se volvía para que no se fotografíe su cara. No habla inglés y no tiene un familiar masculino acompañándolos.

Las dos grandes inquietudes ahora en este campamento son el agua y la electricidad: en la zona solo hay 50 griegos viviendo en los alrededores, en la aldea de Nea Kavala, y ahora las necesidades son mucho mayores. «¿Usted cómo se sentiría?», exclama María, una vecina dueña del café «La Plaza», con un cuidado jardín en el centro del pueblo. «Tanta gente desesperada tan cerca, unos roban, otros tiran piedras a las ventanas, asuntan a los ancianos. Nos sentimos impotentes, indefensos», confiesa. Lo mismo piensan los habitantes de pueblos cercanos a otros campamentos y por eso se intenta que de los más de 70.000 solicitantes de asilo en el país, muchos puedan ser trasladados a pisos en las ciudades, algo que es más complicado y caro de organizar pero para lo que hay financiación europea a través de Acnur y distintas ONGs.

Kyriakos Mitsotakis , el nuevo primer ministro, dejó claro que las cosas iban a cambiar y está comenzando a aplicar las medidas anunciadas. La primera es que ya no existe el Ministerio de Política Migratoria, creado por Tsipras, sino que este asunto pasa al de Protección del Ciudadano, antes conocido como de Orden Público. Ello supone que habrá mejor colaboración con la Policía, las Fuerzas Armadas y hasta los bomberos. Porque la llegada de los inmigrantes irregulares (no todos los que llegan serán finalmente considerados refugiados) depende de la actitud de Turquía.

Amenazas turcas

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan , ya anunció que en su país hay 3.650.000 refugiados y espera apoyo de la UE. Si no lo recibe, «llegarán cada día más personas a Grecia, Será el caos», dice Kyriakos Giaglis. Ya lo dijo de forma poco velada el ministro del Interior turco, Suleyman Soylu, el pasado agosto: «Si la UE no cumple lo acordado (en la Declaración firmada con Turquía el 18 de marzo de 2016) y si Turquía permite el paso del flujo migratorio desde Esmirna, llegarán cada día a las costas griegas entre 30.000 y 35.000 personas. Entonces veremos qué pasa. No amenazo a Europa, sencillamente hago una constatación», afirmó.

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