Trump se somete a un chequeo médico en medio de especulaciones sobre su incapacidad

La salud física y mental del presidente de EE.UU. ha sido un asunto de debate desde su ascenso electoral. Este viernes se someterá a un examen médico habitual para los presidentes

Donald Trump regresa a la Casa Blanca desde Camp David el pasado domingo Reuters
Javier Ansorena

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Las especulaciones sobre la salud física y mental de Donald Trump son el pan de cada día en EE.UU. desde que el multimillonario neoyorquino consiguió su inesperado ascenso a la Casa Blanca en 2016. Cada ráfaga de tuits intempestivos, cada salida de tono en una intervención pública, cada revelación sobre sus reacciones coléricas a las noticias negativas provocan discusiones sobre su estabilidad emocional, sobre su capacidad mental para liderar la primera potencia del mundo.

Esta semana, después de un año en el cargo, Trump se someterá a un completo chequeo médico . El examen es una costumbre que han seguido los presidentes de EE.UU. desde hace décadas y parece que Trump no será una excepción. El pasado diciembre, la secretaria de Prensa, Sarah Sanders, anunció que Trump recibiría este chequeo tras la enésima pregunta sobre su salud, un día después de que el presidente diera un discurso sobre el traslado de la embajada de EE.UU. en Israel de Tel Aviv a Jerusalén en el que su voz aparecía débil y pastosa y tuvo que beber agua en varias ocasiones. «Tenía la garganta seca», aclaró Sanders, que insistió en la fortaleza física de su jefe.

El examen médico será este viernes, según ha desvelado « The Telegraph », en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed , el mayor hospital militar del país, a las afueras de Washington. Le examinará el mismo doctor que a su antecesor, Barack Obama, y consistirá en dos horas de pruebas médicas , que incluirán análisis de sangre y orina, examen cardiaco y un repaso a sus hábitos de vida, desde su rutina de sueño a su actividad sexual.

El chequeo será una oportunidad para que Trump destierre nueva oleada de dudas sobre su salud mental, alimentadas por el libro que ha sacudido a EE.UU., «Fire and Fury: Inside the Trump White House» , del periodista Michael Wolff , que retrata las intimidades e intrigas de la Casa Blanca. Entre otras revelaciones, Wolff cita a colaboradores de Trump, sin dar su nombre, que aseguran que el presidente era incapaz de reconocer a viejos amigos en una reunión social en Mar-a-Lago, su residencia en Florida, y que repite «palabra por palabra» historias que acaba de contar «diez minutos antes». El retrato de Wolff es el de un presidente inestable e inseguro. Trump reaccionó con una crítica destructiva al libro y a su autor y aseguró en Twitter que él es un «genio estable».

Las dudas sobre la salud de Trump también tienen que ver con su estilo de vida. Su actividad en Twitter muestra que apenas duerme 4 o 5 horas -algo de lo que ya alardeaba antes de llegar a la Casa Blanca- y es un devorador confeso de comida basura. Lo ha mostrado con orgullo en muchos viajes de campaña y en la presidencia, con fotografías en su avión privado o en el Air Force One despachando pollo frito o hamburguesas de cadenas de comida rápida.

Un reciente artículo de «The New York Times» aseguraba que consume una docena de cocacolas cada día y, aunque juega a golf con frecuencia, su apariencia es de sobrepeso. Prefiere moverse entre hoyos con el carrito que a pie.

La forma física, arma arrojadiza

La salud fue ya un arma arrojadiza durante las elecciones. La campaña de Trump acusó a su contrincante, Hillary Clinton , de no estar en condiciones médicas de afrontar una presidencia -lo que fue reforzado por un mareo de la candidata demócrata durante en un acto público en Nueva York -, pero no aportó datos relevantes sobre la salud del ahora presidente. Ante la presión pública, Trump presentó un certificado de su médico personal, sin datos objetivos, en el que solo señalaba que el multimillonario neoyorquino sería «el hombre más sano de la historia elegido para presidente».

Lo que es indiscutible es que Trump fue el hombre con más edad en convertirse en presidente (lo hizo con 70 años). Y lo que es imposible saber es cuánta información sobre el chequeo médico hará pública la Casa Blanca. Por la legislación de privacidad sobre la información médica, Trump podría ocultar todo lo que quisiera. Eso sí, no quedaría muy bien respecto a Obama, que presentó dos folios sobre su estado de salud, con detalles sobre su altura, peso, masa corporal, ritmo cardiaco o presión sanguínea. Obama no ofreció ningún detalle negativo sobre su salud , aunque se sabe que guarda hábitos de vida poco saludables: combatía una adicción al cigarrillo.

El problema para Trump es que ha mentido y tergiversado desde el día de su investidura -dijo que había conseguido la mayor asistencia de público de la historia, lo que era falso con obviedad- y sus resultados médicos se analizarán con la máxima precaución, tanto la información presente como la que se omita. En ellos, habrá datos clave para la estabilidad gubernamental en el país, desde sus niveles de salud cardiaca a su equilibrio mental, y otros más coloristas, propios de una presidencial convertida a ratos en vodevil. Por ejemplo, Trump asegura que mide más de 1.90 metros, a pesar de las evidencias de lo contrario. Según algunos medios estadounidenses, esa fue la medida que dio su médico personal, algo superior a la real, para evitar que Trump fuera oficialmente obeso.

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