Un año de la elección presidencial

Trump: populismo ruidoso pero parcialmente efectivo

En el año transcurrido desde su elección el 8 de noviembre de 2016, la mayoría republicana en el Congreso y su propio entorno en la Casa Blanca han limitado el impacto de su nacionalismo proteccionista

Donald Trump, en marzo de este año antes de recibir a transportistas y ejecutivos en la Casa Blanca Reuters
Manuel Erice Oronoz

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Mucho estruendo, pero sólo algunas nueces. El anunciado populismo de Donald Trump , con el que el outsider llegado para desmontar el sistema fue capaz de conectar con el suficiente número de estadounidenses para llegar a la Casa Blanca, ha llegado a buen puerto en contadas ocasiones. La batería de promesas fáciles con las que desarboló a Hillary Clinton en las urnas, hace ahora un año, ha topado en la mayoría de los casos con la complejidad de un sistema de poderes que limita notablemente la capacidad del presidente.

Su propio entorno de asesores y la mayoría republicana, con la que mantiene un entendimiento a la fuerza de momento poco efectivo, han frenado sus impulsos, hasta acumular un número de fracasos provisionales que dejan su agenda presidencial en entredicho. Los compromisos bandera que reforzaron su campaña electoral, en especial la demolición y sustitución del Obamacare (sistema de cobertura sanitaria impulsado por su antecesor) y la construcción de un muro a lo largo de toda la frontera con México , han sido bloqueados por la mayoría en el Congreso, algunos de cuyos miembros, lejos de comulgar con sus propuestas, se muestran abiertamente contrarios.

La política exterior , muy alejada de los tradicionales aliados de Estados Unidos, y su nacionalismo económico, de carácter proteccionista, tampoco casan con la visión de Trump, que sí ha cumplido con la ruptura o revisión de los principales acuerdos internacionales. Un boquete en el tradicional espíritu republicano. El mayor reto del presidente, que por una vez los conservadores asumen como propio, la rebaja de impuestos , afrontará su gran desafío las próximas semanas.

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Un cartel en una oficina de seguros en San Ysidro, San Diego (California) Reuters

Obamacare, el primer incumplimiento

La supresión y sustitución del Obamacare, el sistema que Trump tachó repetidas veces de «desastre», que llegó a sonar como una cantinela durante los meses de campaña presidencial, sigue siendo hoy una quimera. La propuesta que el presidente remitió al Congreso para iniciar su destrucción, junto con las alternativas que planteaba, encontraron por dos veces consecutivas el rechazo de un Senado controlado por los republicanos (52-48).

En la primera y única votación hasta ahora , al menos cinco representantes se opusieron al nuevo sistema pergeñado por la Administración Trump, temerosos de que muchos de sus votantes, también conservadores, quedaran fuera de la cobertura del sistema.

La segunda votación, ni llegó a producirse, consciente la dirección conservadora de que no había convencido a los suficientes senadores. Una muestra de la complejidad de un modelo que, funcionara o no, fuese más o menos eficiente, necesitaba de mucho más tiempo para ser reformado que el que el entonces candidato republicano prometió a sus fieles.

Recientemente, Trump ha decidido utilizar su capacidad de recurrir a órdenes ejecutivas para iniciar la supresión de algunas ayudas sanitarias, a su juicio «caras e ineficientes». Otra forma de presionar a los congresistas para que pacten un nuevo modelo.

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Prototipos del muro que Trump quiere construir en la frontera, en San Diego (California) Afp

El muro con México sigue esperando

El otro gran reclamo de su campaña, el gancho populista por antonomasia para poner la guinda a un mensaje antiinmigración para reforzar la seguridad de Estados Unidos, la construcción de un muro a la largo de los 1.900 kilómetros de la frontera con México que permanecen sin vallado, tampoco ha recibido el visto bueno de los legisladores.

De momento, Trump se tiene que conformar con la construcción de ocho prototipos cerca de San Diego (California) , que están cerca de ser presentados. Financiados con dinero público, no está claro cómo se pagarán los casi cuatro millones de coste, si finalmente el muro no recibe el respaldo del Congreso.

Pero aún menos clara está la financiación de las tres o cuatro decenas de miles de millones que los expertos calculan que supondría toda la construcción de la empalizada de Trump.

Descartado por el propio ocupante del Despacho Oval que México pague la factura, otro de los incumplimientos de una promesa repetida infinidad de veces en campaña, Trump lo fía todo al Congreso. Empezando por una primera partida de 2.600 millones de dólares, solicitada formalmente, que iría incluida en los presupuestos.

Para ello, ha lanzado una propuesta que para algunos suena a chantaje: no vetará una hipotética solución de los legisladores a los 800.000 «dreamers» (indocumentados que llegaron al país como menores), a cambio de que salga adelante la partida. Los demócratas rechazan en bloque la construcción del muro, incluso a pesar de su activismo en favor de los «dreamers». Entre los republicanos, el respaldo no es ni mucho menos absoluto. La solución, en diciembre.

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Una trabajadora en una fábrica textil a las afueras de Pekín Afp

Ruptura de acuerdos comerciales

Nadie puede negar que Donald Trump no está cumpliendo con su amenaza de acabar con los grandes acuerdos internacionales con los que Estados Unidos ha impulsado el libre comercio los últimos tiempos. Todo un jaque populista de quien se ha erigido como nuevo líder del proteccionismo económico mundial.

Apenas tardó unos días en revocar el Acuerdo Transpacífico que Obama había suscrito meses antes con once países, americanos y asiáticos, para abrir un espacio de libre transacción de bienes y servicios entre ambos continentes. Con el argumento del hombre de negocios que cree más en la rentabilidad de pactos bilaterales, Trump no esperó siquiera a que el Congreso se pronunciara. La segunda «víctima» puede ser el Tratado de Libre Comercio para América del Norte (TLCAN) , que han mantenido durante tres décadas Estados Unidos, Canadá y México. Su renegociación forzada por Trump se ha convertido en un proceso de zancadillas que la delegación estadounidense lanza de manera periódica, según denuncian sus colegas de los otros dos países.

Para unos, es la táctica ideal para llevar el también llamado NAFTA (por sus siglas en inglés) al despeñadero. Para otros, la forma en que el actual presidente logra mejorar todos sus acuerdos, un método que ha aplicado durante tantos años de negocios privados. Las próximas semanas resultarán cruciales para saber si el pacto comercial impulsado por el republicano Ronald Reagan y rematado finalmente por el demócrata Bill Clinton recibe el certificado de defunción.

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Barack Obama, durante la cumbre del clima en la ONU en 2014 Reuters

Aislacionismo en el cambio climático

Su choque con los tradicionales aliados occidentales tuvo su más fiel reflejo en su anuncio de abandonar el llamado Acuerdo de París contra el Cambio Climático . El cumplimiento de una promesa que le conecta con el mundo ultraconservador estadounidense, pero que aísla a Estados Unidos del resto del Planeta. Tras la reciente firma del pacto internacional a cargo de Nicaragua, la postura de Trump sólo es coincidente con la de Bashar Al Assad , el dictador de Siria, el único país del orbe que no ha suscrito el acuerdo.

Con su habitual guiño a una posible renegociación, el presidente-magnate abrió la puerta a que el país permaneciera en el acuerdo si mejoraban las condiciones para Estados Unidos, sobre todo abriendo la mano en la restricción a las emisiones de CO2. Sin embargo, los principales líderes mundiales ya han advertido a Trump de que un acuerdo firmado por todos menos por él no puede ser reabierto. Si nada cambia, Estados Unidos dejaría definitivamente el acuerdo en 2020. Pero tres años son una eternidad.

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Trump, rodeado del resto de líderes de la OTAN durante un encuentro en Bruselas Afp

Acercamiento a la OTAN y la UE

Nunca prometió Trump la ruptura con la OTAN o con Europa, salvo en el hecho de que el acuerdo comercial que Obama negociaba con Bruselas duerme ya en el cajón. Pero su agresiva amenaza de poner en jaque y obligar a los aliados a una mayor aportación a la Alianza Atlántica, bajo el argumento de que Washington era uno de los pocos países que cumplía con los compromisos, parece haberse diluido en meras palabras.

En cuanto a Bruselas, pese a su augurio en campaña de que la Unión Europea seguiría el camino del Brexit hasta resquebrajarse, su llegada a la Casa Blanca ha normalizado las relaciones con sus principales líderes.

Salvo la distancia sideral que le mantiene alejado de Angela Merkel , y viceversa, los contactos y encuentros con el resto de jefes de Estado y de Gobierno europeos no han sufrido sobresaltos. Aunque sin el apasionamiento del presidente, siempre influido por el nacionalismo americano y antieuropeísmo de Steve Bannon , padre intelectual del trumpismo, se puede decir que Estados Unidos no ha abandonado la senda de la tradicional alianza occidental.

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