Trump defiende el uso y acceso a las armas tras la matanza de Texas

El presidente de EE.UU. asegura que el ciudadano que disparó contra el asesino, al salir este de la iglesia, evitó que ocurriera una tragedia mayor

El pastor Frank Pomeroy, que perdió a una de sus hijas en el tiroteo, hoy junto a su mujer EFE
Javier Ansorena

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Un joven con antecedentes criminales, juzgado en corte militar por violencia doméstica, con un aparente trastorno de la personalidad y al que se le había negado una licencia para llevar armas, abrió fuego el domingo por la mañana en una iglesia de Texas con un rifle semiautomático. En su vehículo, con el que trató de huir después de dejar 26 muertos y 20 heridos en el templo , llevaba otras armas. Con una de ellas se disparó a sí mismo. El presidente de EE.UU., sin embargo, considera que la tragedia de Sutherland Springs, una localidad diminuta a 50 kilómetros de San Antonio, no tiene nada que ver con el acceso a las armas.

«Esto es un problema de salud mental», dijo Donald Trump desde Japón, donde se encuentra de visita dentro de su gira asiática. «No es un tema de armas», añadió antes de recordar que «por suerte, había otra persona disparando en su contra» y eso evitó una tragedia «mucho peor». El presidente se refería un vecino que disparó al atacante cuando este salió de la iglesia, tras tirotear a la congregación. De alguna forma, el presidente de EE.UU. sitúa el acceso a las armas no como el problema de las tragedias que sacuden a EE.UU. cada cierto tiempo -y con mayor frecuencia y virulencia en los últimos años- sino como la manera de evitarlas.

Es una postura común entre los defensores de impedir cualquier restricción al acceso a armas de fuego y que se repite después de cada matanza: «Si hubiera habido más gente armada, habrían detenido al atacante» es el mantra, que el presidente hace ahora suyo. Aunque en el pasado, años antes de lanzar su candidatura a la presidencia, abogó por restringir el acceso a determinadas armas mortíferas, en las elecciones se postuló como el gran defensor de la Segunda Enmienda -el artículo constitucional que establece el derecho a tener armas- y contó con el apoyo de la poderosa Asociación Nacional del Rifle.

El debate sobre la regulación de las armas volverá a calentarse esta vez, como ha ocurrido después de cada tragedia similar. Esta se produce solo un mes después de la de Las Vegas, con 58 muertos y unos quinientos heridos, es la quinta en número de víctimas en la historia de EE.UU. y la peor que ha vivido Texas, uno de los estados con más tradición en el acceso a armas. La experiencia de anteriores ocasiones y la reacción del presidente apuntan a que, de nuevo, nada cambiará.

Mientras tanto, las respuestas sobre las principales preguntas de la matanza obtienen respuesta. Su autor fue Devin Kelley, un joven de 26 años, criado en New Braunfels, a unos cincuenta minutos en coche de Sutherland Springs. Sus compañeros de instituto le recuerdan como «el raro de la clase». Mientras servía en una base de las fuerzas aéreas en Nuevo México, fue juzgado en corte militar por violencia doméstica contra su mujer y su hijo . Se le bajó de rango, fue condenado a un año de confinamiento y licenciado del ejército en 2014. Se volvió a casar pero no parece que las cosas le fueran mucho mejor. El pasado verano tuvo un empleo como guardia de seguridad nocturno en un parque de atracciones y fue despedido porque «no encajaba». Su actividad en redes sociales mostraba un fervor ateísta y recientemente colgó una foto del fusil con el que supuestamente perpetró la matanza.

«Problemas domésticos»

Sobre el motivo de su ataque también se empiezan a despejar las incógnitas. «Esto no fue por motivos raciales, ni por creencias religiosas», aseguró ayer Freeman Martin, del Departamento de Seguridad Pública de Texas. «Había un problema doméstico con su familia política».

Al parecer, Kelley envió «mensajes amenazantes» a su suegra , que vivía cerca de la iglesia donde ocurrió la tragedia. Su suegra había acudido varias veces al templo de Sutherland Springs, pero no estaba en él en el oficio de once del domingo, cuando Kelley apareció vestido de negro, con ropa militar, chaleco antibalas y un fusil. Casi todos los miembros de la congregación resultaron muertos o heridos en el ataque.

Una de las grandes cuestiones del caso es entender cómo Kelley iba armado hasta los dientes. «Por todos los datos que tenemos, él no debería haber tenido acceso a armas, entonces, ¿cómo ocurrió esto?», se preguntó ayer Greg Abbott, gobernador de Texas, en una entrevista en la CNN. Al parecer, a Kelley se le había denegado una solicitud de permiso para portar armas. Esto podría haber sido consecuencia de su juicio militar y de su salida del Ejército. Si su licencia hubiera sido «deshonrosa», algo que ayer no estaba claro, no tendría derecho a llevar armas. Sin embargo, compró un fusil semiautomático de uso militar en abril del año pasado en una tienda de San Antonio. Marcó en la casilla que no tenía historial criminal que impidiera la compra y dijo que su dirección estaba en Colorado.

Tras una persecución con el hombre que le disparó y con otro vecino, Kelley estrelló su coche. En él la policía encontró más armas. Cómo las consiguió también es un misterio. Con una de ellas se disparó a sí mismo, aunque no está claro si esa fue la causa de su muerte.

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