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Donald Trump, a su llegada a Arabia Saudí - Afp

Trump llega a Arabia Saudí en busca una válvula de escape

El presidente de EE.UU. realiza su primer viaje oficial en una gira que le llevará también a Israel y Europa

Corresponsal en Nueva York Actualizado: Guardar
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Donald Trump ha aterrizado este sábado en Arabia Saudí en su primer viaje al exterior como presidente de EE.UU. y es imposible no acordarse de Richard Nixon. En 1974, el entonces presidente trataba de sacudirse los escándalos de Watergate con una gira en Oriente Medio, con paradas en Arabia Saudí e Israel. Nixon –el primer presidente de EE.UU. en visitar ambos países– fue recibido con pompa y circunstancia y trató de impulsar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos y una alianza de líderes para estabilizar Oriente Próximo.

Más de cuarenta años después, Trump comparte esos objetivos y la necesidad imperiosa de dejar atrás la polémica perenne de su presidencia, que se ha agudizado en la última semana.

El nombramiento de un investigador especial para la trama de las relaciones de su campaña con Rusia durante las elecciones, las presiones al director del FBI, James Comey, para que no persiguiera a su exasesor Michael Flynn, el posterior y sorprendente despido de Comey y la revelación de información clasificada a una delegación rusa han colocado a Trump en el peor momento de su presidencia.

«Estamos deseando dejar atrás toda esta situación», confesó el propio Trump en una rueda de prensa y su primera gira en el exterior, que también tendrá tres paradas en Europa, podría ser la mejor huida para adelante. Trump necesita cambiar el relato de su presidencia, parar el ciclo informativo de escándalos y reacciones en el que está atrapado, realzar su figura y reemplazar las polémicas con discursos y gestos en el exterior.

Una larga gira

Su primer viaje es una oportunidad magnífica para ello pero, al mismo tiempo, estará cargado de dificultades. A Trump no le gusta viajar, durante su campaña trataba de regresar siempre que podía a su cama en Nueva York y esta gira será con diferencia la estancia fuera de casa más larga desde que arrancó su presidencia. El «jet lag», las esperas, las recepciones interminables, la intensidad de la agenda son un caldo de cultivo para resbalones diplomáticos y Trump –inexperto como pocos en política exterior– tiene experiencia en ellos. Desde su victoria electoral, se ha metido en charcos diplomáticos con China a cuenta de Taiwan, con el primer ministro australiano o con su homólogo mexicano por una frustrada visita a Washington por el muro.

La primera parte de la gira, en Oriente Próximo y El Vaticano, será, en teoría, la más asequible. «El presidente está tratando de unir a pueblos de diferentes confesiones en torno a una visión común de paz, progreso y prosperidad», aseguró su asesor de seguridad nacional, H.R. McMaster. Trump se apoyará en el simbolismo de visitas al lugar de nacimiento del islam, a Jerusalén, a Belén, a y al Vaticano para asegurarse de que «las tres religiones trabajan juntas». El objetivo es tan inabarcable como ingenuo, pero le servirá para postularse como conseguidor del diálogo de religiones.

En Riad, donde se encuentra desde este sábado, Trump se entrevistará con el Rey Salman y ofrecerá un discurso en el que llamará a los líderes musulmanes a «promover una visión pacífica del islam» y a «oponerse contra la ideología islamista radical», explicó McMaster. Durante la campaña, Trump atacó con fuerza a Arabia Saudí, pero desde su victoria electoral ha reconstruido la relación, que se sellará este fin de semana con el anuncio de una venta de armamento a la monarquía saudí de 110.000 millones de dólares, orquestada por su yerno, Jared Kushner.

El propio Kushner es el encargado de liderar un nuevo proceso de paz entre Palestina e Israel, la segunda parada del viaje presidencial. Trump se verá con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu –amigo de Kushner desde su infancia–, y con el presidente palestino, Mahmud Abás, con el que ya tuvo un primer encuentro en Washington este mes.

Uno de los interrogantes será la sintonía entre Trump y el Papa Francisco. Las fricciones han dominado las relaciones entre ambos desde la campaña, en la que el Sumo Pontífice criticó los planes de construir un muro con México, una declaración que Trump calificó de «desafortunada».

Difícil etapa

La gira podría ponerse cuesta arriba en su tramo final. Trump viajará desde Roma a Bruselas para un encuentro con los líderes de la OTAN. El presidente de EE.UU. ha tenido un discurso ambivalente sobre la Alianza Atlántica, en el que combinó el compromiso con sus socios militares con exigencias de mayores aportaciones.

El viaje se cerrará de vuelta en Italia, en Sicilia, en una cumbre del G7, donde se verá cómo defiende su política de «EE.UU. primero» en asuntos diversos como los tratados comerciales, su cuestionamiento del Acuerdo de París sobre cambio climático o su revisión del tratado nuclear con Irán, en el que participan todas las grandes potencias. «Protegeré con fuerza los intereses estadounidenses, ¡eso es lo que me gusta hacer!», proclamó este viernes desde Twitter el presidente.

Los riesgos de la gira son ciertos y los logros que pueda extraer de ella, una incógnita. De lo que no hay duda es de que, a su regreso, la complicada situación de su presidencia, como el dinosaurio del microrrelato de Augusto Monterroso, seguirá ahí. Dos meses después de su viaje a Oriente Medio, Richard Nixon dimitió.

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