Incendio Notre Dame

El templo de Notre Dame: un personaje clave en la tragedia de Victor Hugo

En «Nuestra Señora de París», Notre Dame es mucho más que el refugio de Quasimodo

Incendio en Notre Dame: sigue la última hora del incendio en la Catedral de París en directo

El actor Anthony Quinn como Quasimodo en la película «Nuestra Señora de París» (1956) AFP

Esta funcionalidad es sólo para registrados

«Y la catedral no era sólo su compañía, era su universo, era toda su naturaleza. No soñaba con otros setos que los vitrales siempre en flor, con otras umbrías que las de los follajes de piedra que se abrían, llenos de pájaros, en la enramada de los capiteles sajones, otras montañas que las colosales torres de la iglesia, otro océano que París rumoreando a sus pies». Pocos pasajes más hermosos que éste de Victor Hugo (Besanzón, 1802-París, 1885), extraído de su novela « Nuestra Señora de París » (1831), para describir ese poema gótico que es la catedral de Notre Dame. «Cada cara, cada piedra del venerable monumento es no sólo una página de la historia de su país, sino también una página de la historia de la ciencia del arte».

La cultura popular ha hecho que mucha gente soslaye la lectura de esta obra de juventud de uno de los escritores mayores de la historia de la literatura, poeta, dramaturgo y novelista, autor imprescindible de un siglo XIX monumental para las letras, autor también de «Los miserables» (1862), que ha sufrido el mismo efecto que «Nuestra Señora de París»: el cine (sobre todo Disney) y los musicales de Broadway han convertido a los personajes de Victor Hugo en iconos con vida propia al margen de la pluma que los alumbró.

Palabra construida

Así, la popularidad del jorobado Quasimodo , ese error de la naturaleza, patizambo, tuerto por la deformidad de su rostro y sordo por el tañer de las campanas, se iguala con la de Jean Valjean , personaje principal de «Los miserables», pero en realidad su creador ya los conectó siguiendo las normas del romanticismo galopante de su tiempo: ambos sufren injusticia, repudio y persecución, ambos son prófugos y malditos a su manera.

Es en la tragedia del campanero contrahecho y de la gitana Esmeralda en el París del siglo XV donde el lector se conmueve: su historia no se compadece con la de algunas versiones dibujadas y edulcaradas. Pero la catedral no es solo un decorado ni un MacGuffin para que avance la trama: es un personaje en sí mismo. Victor Hugo, apasionado de la arquitectura gótica, compara la fortaleza de estas obras con la fragilidad de las piezas nacidas de la imprenta de Gutenberg. «¡Qué precaria inmortalidad la del manuscrito! ¡Un edificio es un libro mucho más sólido, duradero y resistente! Para destruir la palabra escrita bastan una antorcha y un turco. Para demoler la palabra construida, hace falta una revolución social». No fue la revolución lo que convirtió ayer Notre Dame en una gigantesca tea, sino más probablemente la estupidez humana . El escritor y su criatura deforme habrían derramado lágrimas sobre las piedras ennegrecidas.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación