Theresa May, ministra del Interior británica, durante una rueda de prensa el jueves en Londres
Theresa May, ministra del Interior británica, durante una rueda de prensa el jueves en Londres - AFP

Reino UnidoTheresa May, la reina de hielo se hace con el trono tory

La ministra del Interior británica, la distante y eficaz hija de un vicario, ha sido siempre la favorita en la carrera de los conservadores para suceder a Cameron

Corresponsal en Londres Actualizado: Guardar
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Hay apodos que lo dicen todo. A Theresa May, ministra del Interior desde 2010, en los pasillos del Número 10 la llaman «Karla», nombre del remoto e implacable jefe del KGB en las mejores novelas de John le Carré, las de Smiley. Aunque Nicky Clegg, vicepresidente en la coalición tories-liberales, prefería «La Reina de Hielo».

May es una persona extraordinariamente reservada, más admirada que querida y muy solvente. Una feminista sin sentido del humor y tímida. Con frecuencia prolonga sus jornadas de trabajo hasta la madrugada, jamás se permite un cotilleo y desprecia la cháchara social. La manera más rápida de resumirla es decir que se trata de una inglesa a lo clásico, de sentimientos contenidos -cuando no impenetrables- y profundo sentido del deber.

Tras la retirada súbita de Boris por la traición de su aliado Michael Gove, ella se convirtió en favorita para ser nueva líder del Partido Conservador y primera ministra

«Mi propuesta es sencilla. Soy Theresa May y creo que soy la mejor persona para dirigir este país»

La hija del vicario presentó hace unas semanas su candidatura sin falsa humildad: «Mi propuesta es sencilla. Soy Theresa May y creo que soy la mejor persona para dirigir este país». En un ataque claro a sus rivales, aclaró que a ella no la mueve «el fervor ideológico» (Gove), ni «la búsqueda de gloria» (Boris).

Ha explicado muy bien quien es mediante el sencillo recurso dialéctico de enunciar lo que no es: «Yo no soy una política vistosa. No hago tours por las televisiones. No cotilleo sobre la gente en almuerzos. No bebo en los bares del Parlamento. Simplemente hago el trabajo que tengo delante». Está en las antípodas de los chicos posh de Eaton y de sus borracheras en el Bullindong Club de Oxford, de perfiles a lo Cameron y Boris, que hasta ahora han dominado la escena.

May solo se permite un toque de color en su talante de discreción radical: la ropa impecable y los mocasines más atrevidos de la cadena Russell & Bromley. Entre 2002 y 2003 fue por un breve tiempo la primera mujer que presidió el partido. Todavía resuenan los ecos de su valiente discurso clamando por modernizar la formación, a la que llamó «nasty party», expresión que luego copiaría Aguirre. Pero también se recuerdan los audaces zapatos de estampado de leopardo que calzaba aquel día.

El vicario anglicano Hubert Brasier, vecino de la campiña de Oxfordshire, solo tuvo una hija, Theresa. A los doce años ella comenzó a sentir el interés por la política, que nació en las cenas en casa, donde su padre compartía los problemas de los feligreses. Estudió en un buen colegio de pago (algo que en Inglaterra todavía te marca la vida adulta) y de allí pasó a Oxford, donde cursó Geografía.

En la universidad encontró a su marido, Philip, hoy alto ejecutivo de banca y dos años menor que ella. Se conocieron en la disco de la asociación de estudiantes tories y su primer punto en común fue la pasión por el críquet. Todo en May es medularmente inglés. No falta un domingo en los oficios de la Iglesia de Inglaterra y posee una casa buena a orillas del Támesis, en un hermoso recodo donde ha comprado mansión George Clooney.

Philip y Theresa se casaron en 1980. El matrimonio ha sido un éxito, una relación cómplice y segura, aunque con una sombra: no pudieron tener hijos, algo que pese a que su vida privada está blindada consta que la entristeció. Si gana la carrera, esta tory convencional, a la que comparan con su admirada Dama de Hierro, tendrá en el cordial Philip a su particular Denis Thatcher.

La ministra del Interior con más tiempo en el cargo en cincuenta años basa su éxito en la dedicación. Le echa muchísimas horas, a veces hasta las dos de la madrugada. Es híper controladora, detallista, muy desconfiada. Un dolor de muelas para trabajar con ella. Dura: aseguran que en una ocasión sujetó por las solapas a un funcionario por un informe chapucero. Feminista, fue cofundadora en 2006 de la asociación Women2win, que promueve que haya más mujeres en el Parlamento. Pese a su fe cristiana, apoyó el matrimonio gay.

Alta, delgada, estrecha de hombros y de hueso fino, le gusta caminar por el monte, pero se le nota que jamás ha hecho deporte. En 2012 sufrió el segundo mayor disgusto de su vida: nunca había estado enferma y repentinamente le detectaron una diabetes del tipo 1. El mayor golpe lo recibió en 1981, la muerte de su padre en accidente de coche y la de su madre al año siguiente. Los adoraba, pero nunca habló en público de su dolor. En el código de May, que es el de la Inglaterra previa a los desparrames emocionales que comenzaron con la muerte de Lady Di, los sentimientos se guardan y la vida personal del político no es asunto del público.

Conservadora clásica, evoca los valores de una Inglaterra rural hoy más idealizada que real. Muchos la comparan con Merkel: sólida, fiable y templada. El tiempo dirá que guarda Karla, la hija del vicario, dentro de su enigma.

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