Francisco de Andrés

¿Quién piensa ahora en Irlanda?

El ombliguismo británico en torno a su salida de la UE oculta el daño que se dispone a causar al país vecino

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Durante casi 30 años, entre 1968 y 1998, Irlanda del Norte vivió una guerra civil de facto resuelta -con infinitos esfuerzos y muchas víctimas- con un acuerdo que establecía un Gobierno compartido entre protestantes y católicos, y la no existencia de fronteras entre esa provincia británica y la república de Irlanda. El motivo es claro. Los acuerdos de Viernes Santo se asientan sobre el derecho de todo norirlandés a optar por la nacionalidad británica o por la irlandesa. La salida del Reino Unido de la Unión Europea –y con ella la del Ulster– asesta un golpe mortal a ese derecho al vaciarlo de contenido para casi la mitad de la población, en principio la católica, que ha optado por la nacionalidad irlandesa. De entrada, por la vuelta de los controles en la frontera entre la provincia británica y la república, ahora inexistentes.

El agotador y obsesivo narcisismo británico en su relación con el continente, ha hecho que muchos ingleses hayan perdido la noción del inmenso daño que causarán a Irlanda, víctima inocente. Ninguna de las opciones fantasiosas ofrecidas por Theresa May convencen ni en Bruselas ni en Dublín. Londres cree que la tecnología –así, in genere– hará posible que no haya frontera real entre el Ulster e Irlanda, erigiéndola solo sobre el papel para el tráfico de mercancías y personas.

El embrollo monstruoso que crea el Brexit ha despertado la rivalidad entre unionistas y nacionalistas de Irlanda del Norte, protestantes y católicos. Los primeros temen un estatus «especial» para la provincia, que la mantenga de algún modo atada a la Unión Europea –a través de su permanencia en la unión aduanera y el mercado único- , que con el tiempo acabaría cortando los vínculos con el Reino Unido. Los católicos temen, en cambio, un nuevo «ardid de los ingleses», consistente en la apertura de una negociación eterna, mientras de entrada vuelve a erigirse una frontera entre el Ulster y el resto de la isla.

Un viejo refrán inglés afirma: «No aprendas nada de un irlandés salvo cómo no comportarte». A la vista de los hechos, por lo menos sorprendente.

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